Tribuna:

Deià

En Delá no todo es madrugar para perseguir ovejas por el campo mallorquín, como es costumbre mía. También se levanta al alba parte del pueblo para ensayar una obra anual de teatro. Cada verano desde hace 30, Delá se hace un retrato de sí mismo, montando una función en la que ironiza sobre cuanto ha ocurrido entre sus gentes a lo largo del año. Y son los propios habitantes los que hacen de propios habitantes; así, todos tienen oportunidad de imitar a todos y hasta de sugerirle al frutero que están hartos de que les cobre las naranjas a precio de capital.Durante años, el autor de esta pequena sá...

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En Delá no todo es madrugar para perseguir ovejas por el campo mallorquín, como es costumbre mía. También se levanta al alba parte del pueblo para ensayar una obra anual de teatro. Cada verano desde hace 30, Delá se hace un retrato de sí mismo, montando una función en la que ironiza sobre cuanto ha ocurrido entre sus gentes a lo largo del año. Y son los propios habitantes los que hacen de propios habitantes; así, todos tienen oportunidad de imitar a todos y hasta de sugerirle al frutero que están hartos de que les cobre las naranjas a precio de capital.Durante años, el autor de esta pequena sátira costumbrista fue Robert Graves, que para representarla construyó, además, un diminuto anfiteatro en un olivar que hay debajo de su casa, por entre algarrobos y terrones resecos. En una ocasión, Ava Gardner acudió a la fiesta del pueblo y se prendó del guardia civil, sólido Joven de fieros bigotes. Le invitó a bailar. El benemérito, cuadrando las espaldas, contestó: "Estoy de servicio, señora", y dejó pasar la ocasión. Perdió a Ava, pero se ganó la entrada en el folclor local por la puerta grande: dos meses más tarde se veía inmortalizado en una escena del sainete anual de Graves. Lo mismo nos ocurre al cartero que olvida entregar las cartas o a mí, que voy por ahí presumiendo de periódico.

Hoy, 30 años más tarde, el texto es escrito por Lucía, la hija de Graves. Acude el pueblo en pleno con el mismo entusiasmo por seguir en castellano, mallorquí, inglés y alemán macarrónico las vicisitudes de cazurros, turistas, nuevos ricos, ecologistas, en una íntima cacofonía de personajes apenas reconocibles para quienes no están en el ajo. Ni falta que hace. Con Deià sucede lo que con los amores secretos: siente uno la irresistible necesidad de alardear de ellos y después, habiéndose ido de la lengua, intenta impedir que a los demás les atraiga por igual.

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