Cartas al director

El 'Lazarillo' y el 'Brujo'

Desde hace unos días, un "fantástico hombretón" va recorriendo con su carrus cuantos escenarios hay por la geograflia española para dar vida a la novela anónima del siglo XVI, El lazarillo de Tormes. Me estoy refiriendo al cómico Rafael Álvarez, El Brujo.Para hacer auténtico arte, aparte de tener unas mínimas condiciones, hay que poseer mucho amor. Las cosas no se improvisan. Y ahí es donde escarba este humilde y grandioso actor.

El desarrollo de la sociedad y, por tanto, de sus medios técnicos ha dotado al teatro de unas posibilidades amplias y específicas. Por medio de esta infraestru...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Desde hace unos días, un "fantástico hombretón" va recorriendo con su carrus cuantos escenarios hay por la geograflia española para dar vida a la novela anónima del siglo XVI, El lazarillo de Tormes. Me estoy refiriendo al cómico Rafael Álvarez, El Brujo.Para hacer auténtico arte, aparte de tener unas mínimas condiciones, hay que poseer mucho amor. Las cosas no se improvisan. Y ahí es donde escarba este humilde y grandioso actor.

El desarrollo de la sociedad y, por tanto, de sus medios técnicos ha dotado al teatro de unas posibilidades amplias y específicas. Por medio de esta infraestructura se consiguen grandes montajes, pero también, y muchísimas veces, cae en banal y superflua ostentación, ocasionándole al erario público un derroche de dinero que a veces, lícito es decirlo, no se puede permitir. Pero allá el proceder y el sentido ético de cada uno.

Escribo sobre El Brujo porque en él y en su espectáculo creo que se aglutina gran parte de la totalidad a la que todo buen artista debe aspirar, esto es: honradez, trabajo y distinción.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Rafael Álvarez, con su portentosa voz, plena en registros y equilibrados matices, desgrana uno por uno los personajes que intervienen en la novela. Si es Lázaro, un sonido dulce y aflautado implora compasión; si es el ciego, su voz truena, sus ojos se elevan, y todo se confunde con la estampa de un gigante Polifemo. Ahora, un timbre cursi y afeminado descubre las bajezas y miserias de un clérigo; cuando escudero, le crecen imaginarios bigotes, su cuerpo se convexa y de su garganta emanan sutiles sonidos, graciosos y famélicos. Y así, "uno y otro y otro", hasta completar con su esfuerzo y valor un cuadro de quejíos de una de las épocas, quizá la más triste, que nunca jamás nos haya tocado vivir.

Por todo esto, amigo mío, el teatro se felicita y yo, sinceramente, te doy las gracias otra vez-

Archivado En