Tribuna:

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Primero fue el verbo. Después, el mismo verbo se puso a hablar. Y más tarde aparecimos los españoles y empezamos a gritar todos a la vez y mejor que ningún otro pueblo expulsado de¡ paraíso silencioso. Con su espada en alto, el ángel era consciente de lo que hacía al proferir aquella maldición que aún nos persigue a través de los tiempos: "¡Ruido eres y en ruido te convertirás!". Así ha sido.Ahora, la pezuña ahumada de un gorrino sobre el mostrador, con volutas de sabor americano, indica que estamos en un bar en cuyo suelo yace toda clase de desperdicios. En un rincón brama el televisor...

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Primero fue el verbo. Después, el mismo verbo se puso a hablar. Y más tarde aparecimos los españoles y empezamos a gritar todos a la vez y mejor que ningún otro pueblo expulsado de¡ paraíso silencioso. Con su espada en alto, el ángel era consciente de lo que hacía al proferir aquella maldición que aún nos persigue a través de los tiempos: "¡Ruido eres y en ruido te convertirás!". Así ha sido.Ahora, la pezuña ahumada de un gorrino sobre el mostrador, con volutas de sabor americano, indica que estamos en un bar en cuyo suelo yace toda clase de desperdicios. En un rincón brama el televisor. En otro está la máquina tragaperras y rompetímpanos. Y al frente han colocado un aparato que expende cigarrillos y que además es parlante: "¡Su tabaco! ¡Gracias!".

Detrás del mostrador, hombre y mujer compiten en un concurso de estrépito, auxiliados por la cafetera que ruge, la válvula de vapor que chilla al calentar la leche, el molinillo que ensordece, la cacharrería que atruena, el televisor que zumba y sus propias órdenes de chochas, oreja y pulpo que gritan a voz en cuello como premios de lotería.

En la calle, bajo un cartel que pide "Silencio, hospital", los automovilistas tocan furiosos el claxon porque necesitan llegar antes a algún otro lugar donde les ofrezcan mejores ruidos. Las aceras no son para los peatones, sino para estacionar vehículos orientados hacia las habitaciones de los enfermos, a quienes procuran de este modo las revoluciones adecuadas.

La noche trae nuevos ruidos a las calles. Se montan las terrazas. Acuden las motocicletas. Y el reparto de alcohol eleva el volumen de decibelios que impiden dormir a los que, por un rato, renunciaron a hacer ruido. El amanecer pertenece a la flota de camiones que recogen basuras, haciendo girar su gran revuelto de mierda en las entrañas de un monstruo en erupción.

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