Tribuna:

El tesoro

Este empleado del depósito de cadáveres realizó siempre el mismo trayecto para ir al trabajo y ya no esperaba nada de la vida, pero ayer, después de tantos años de oficio, descubrió un nuevo tesoro. La jornada se había desarrollado con normalidad. Clareando el día tomó el autobús al borde de la carretera no sin antes haber atravesado a pie una vaguada llena de chabolas, el puente del ferrocarril y otros bloques de viviendas levantados en medio del erial entre vertederos industriales hasta alcanzar así la última pasarela sobre un terraplén cubierto de basura. Después de una hora de viaje el emp...

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Este empleado del depósito de cadáveres realizó siempre el mismo trayecto para ir al trabajo y ya no esperaba nada de la vida, pero ayer, después de tantos años de oficio, descubrió un nuevo tesoro. La jornada se había desarrollado con normalidad. Clareando el día tomó el autobús al borde de la carretera no sin antes haber atravesado a pie una vaguada llena de chabolas, el puente del ferrocarril y otros bloques de viviendas levantados en medio del erial entre vertederos industriales hasta alcanzar así la última pasarela sobre un terraplén cubierto de basura. Después de una hora de viaje el empleado se apeó en una parada aún en territorio de lobos y allí tuvo que esperar un tiempo indefinido para enlazar con otro autobús que lo llevó a la boca del suburbano. Quedaba un buen trecho todavía y durante este camino el viejo empleado fue reflejando su rostro en la mirada de los seres desvalidos que llenaban los sucesivos convoyes. Todos le devolvían su propia imagen de soledad, pero aquellos pasajeros se dirigían a otra parte. Ninguno estaba obligado todavía a apearse en el depósito de cadáveres. Sólo el empleado lo hizo y una vez más dentro del establecimiento cumplió con su deber. Revisó el nivel de los frascos de fenol, corrigió el termostato de los nichos, limpió el cuerpo bellísimo de una muchacha recién llegada, anotando en el cuaderno de bitácora las cicatrices que su cuerpo traía. Luego asistió a la autopsia y tuvo su corazón palpitando en la mano. Durante muchos años había realizado el mismo trayecto de regreso a casa, pero no descubrió el tesoro hasta ayer. Cuando el autobús lo dejó al borde de la carretera, muy lejos de la ciudad y del sueño, el empleado cruzó la pasarela sobre el terraplén y vio que habían levantado ese día sobre el basurero una valla publicitaria y en ella aparecía desnuda anunciando una prenda íntima la misma muchacha que en ese momento se hallaba también desnuda en un nicho de acero en el depósito de cadáveres. El corazón de aquella modelo palpitando había estado esa mañana en las manos del empleado.

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