Tribuna:

Alta mar

Al mediodía en alta mar, el cocinero echó dos dientes de ajo en la caldereta sobre el aceite hirviendo, y este hombre no era ningún dios, pero con el sofrito que estaba preparando a bordo volvió a crear el mundo. Navegábamos en silencio. Mientras las redes de esta barca de pesca trabajaban en el fondo del agua, los marineros en cubierta dormitaban bajo aquella luz de harina que borraba todos los perfiles, incluidos los de la memoria, y yo iba recostado contra la borda entre azules primordiales sin pensar nada. La historia no había existido nunca, y tampoco se veía ningún velero en el horizonte...

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Al mediodía en alta mar, el cocinero echó dos dientes de ajo en la caldereta sobre el aceite hirviendo, y este hombre no era ningún dios, pero con el sofrito que estaba preparando a bordo volvió a crear el mundo. Navegábamos en silencio. Mientras las redes de esta barca de pesca trabajaban en el fondo del agua, los marineros en cubierta dormitaban bajo aquella luz de harina que borraba todos los perfiles, incluidos los de la memoria, y yo iba recostado contra la borda entre azules primordiales sin pensar nada. La historia no había existido nunca, y tampoco se veía ningún velero en el horizonte, aunque en ese instante vagamente yo recordaba el relato de un viejo mercader llegado de Fenicia que comerciaba con corales y fábulas, con creencias y perfumes voluptuosos. Él contaba hace mucho tiempo en los malecones del sur las hazañas de ciertos dioses, los crímenes que los hombres cometieron en el pasado. Tal vez en tierra hubo un paraíso, pero en este instante celeste por la banda de estribor llegaba un perfume de calamares que se extasiaba alrededor de la toldilla. Con la cuchara de palo, el cocinero removía la salsa de tomate, y la barca navegaba seguida por una pareja de delfines. Tal vez era cierto que en las costas de la antigüedad muchos héroes se habían degollado para alcanzar la gloria. Entre otras hermosas mercancías, aquel viajero fenicio vendía un pellejo de cabra donde alguien había grabado al fuego algunos sueños. Los salmos de Isaías, la batalla de Salamina, la filosofía aristotélica, el edicto de Constantino, los versos de Petrarca, la doctrina de la predestinación, el discurso del método, la teoría de Adam Smith, el Manifiesto comunista. Ahora el cocinero en alta mar añadía una pizca de azafrán al caldo que había formado el rape, un puñado de almejas y algunos peces de roca. En la superficie de la caldereta comenzaron a germinar las primeras burbujas de la creación. Cuando esta materia primigenia acabó de perfumar toda la brisa, el cocinero echó el arroz y en cubierta el mundo tomó la primera forma.

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