Tribuna:

El Ripalda puesto al día

Decidme, hijo, ¿es la urna en una democracia cosa sagrada?-Lo es, padre, por la propia esencia de la urna y por la naturaleza intrínseca de la democracia. Enseña la doctrina y demuestra la experiencia que sin urna no hay democracia, ni siquiera orgánica, puesto que incluso para contener mayor número de votos favorables que de electores se precisa inexcusablemente del mencionado recipiente.

-Así pues, hijo, ¿todos los demás elementos constitutivos de la democracia resultan ser accidentales?

-Todos, padre, sin excepción; a saber: los partidos políticos, los, sindicatos, las liberta...

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Decidme, hijo, ¿es la urna en una democracia cosa sagrada?-Lo es, padre, por la propia esencia de la urna y por la naturaleza intrínseca de la democracia. Enseña la doctrina y demuestra la experiencia que sin urna no hay democracia, ni siquiera orgánica, puesto que incluso para contener mayor número de votos favorables que de electores se precisa inexcusablemente del mencionado recipiente.

-Así pues, hijo, ¿todos los demás elementos constitutivos de la democracia resultan ser accidentales?

-Todos, padre, sin excepción; a saber: los partidos políticos, los, sindicatos, las libertades, la lgualdad de oportunidades, la pureza del escrutinio, la Cámara Alta y la Cámara Baja, hasta la ley D'Hont, son características contingentes de la democracia.

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-Sin embargo, hijo, ¿no hay quienes opinan que la ley D'Hont es tan consustancial a la democracia como la propia urna?

-Haberlos haylos, padre, siendo frecuente esta errónea teoría entre los que gustan de sumar, restar, multiplicar y dividir, corno si billetes de banco fueran las papeletas de voto.

-Decidme, hijo, ¿en virtud de qué principio son contingentes, y por tanto prescindibles, todos los requisitos de la democracia salvo el de la urna?

-En virtud de la máxima abusus non tollit usum, que quiere decir (y dice): el abuso no excluye la posibilidad del uso correcto. Si para los totalitarios el destino de las urnas es su destrucción, para los demócratas es su conservación como oro en paño. Pero, a diferencia del oro, que en todas las naciones vale lo que pesa, en cada nación específica la calidad del paño dependerá del arca en que se vote.

-No se te entiende, hijo.

Tampoco se entiende, padre, que la urna requiera bolígrafo y ordenador una vez que se abre, cuando bastaría con un abaco y con una miaja de vergüenza torera.

-Si eso es la democracia, hijo, es que estamos en España.

-¿Dónde si no, padre?

¿Qué tierra es más sabia que aquella que compagina el ancestral culto al toro de lidia con el culto al becerro de oro?

-Soy yo quien pregunta hijo. Y pregunto: ¿Cuántas clases de becerros coexisten actualmente?

-Cuatro, como siempre, según los Prolegómenos a las ciencias de la economía política y de la política financiera para párvulos.

-Enumera, hijo, y de mejor a peor, como mandan los Prolegómenos.

-Componen el ganado, padre, el dinero del juego, tan difundido por nuestro territorio y que comporta la máxima justicia distributiva, ya que es el azar el que reparte. En segundo lugar, el dinero del dinero, o usura, única categoría en la que resulta cierto que dinero llama a dinero. A continuación, el dinero de la herencia, sujeto a la tercera ley del bronce, que hace de padre jornalero hijo millonario y nieto pordiosero. Y en último lugar, el dinero bíblico, que es el parido con más o menos dolor y del que va viviendo la mayoría absoluta de los electores.

-¿Proporcionan los sujetos a este dinero bíblico la mayoría absoluta a los elegidos?

-Mayormente sí, padre, porque, además de ser minoritarias las otras tres clases de adinerados, aquellos que con la suciedad de sus sudoraciones se lo ganan limpiamente constituyen la clase más urgida de absoluto que concurre a las urnas. Sólo la felicidad consiente el relativismo elitista.

-En consecuencia, hijo, ¿en la diferencia radica el mal?

-No necesariamente, padre, ya que la vida a todos nos iguala.

-Que te crees tu eso... Prosigue, hijo, y resume las ventajas de ganar y los inconvenientes de perder.

-Tanto en democracia como en un partido de fútbol la ventaja más estimable que el triunfo reporta a los vencedores es el hecho de no haber perdido. Esta envidiable situación, que hace innecesaria cualquier moral, fundamentalmente ahorra al ganador la moral del perdedor. La moral del perdedor es un pesado fardo de pejigueras añadido al peso de la derrota, del que no puede librarse el vencido, puesto que resultaría una abusiva contradicción en los términos la de perder y encima no tener moral. Consiste nada menos que en saber perder, además de haber perdido. Otra de las ventajas nada desdeñable de la victoria estriba en que al vencedor le basta con regodearse, sin necesidad de otorgar concesiones al vencido. Curiosamente, y para provecho de los que gustan de ganar siempre sin más zarandajas, la moral del perdedor crea dependencia y el adicto termina por cogerle afición a no ganar. Si se elige bien el equipo, el fútbol permite perder no cada cuatro años, sino todas las semanas.

-Contesta, hijo: ¿cuál es la consecuencia más nefasta de la derrota?

-La consecuencia más nefasta de la derrota, padre, es que obliga a los derrotados a tener esperanza. A los vencedores les sobra con tener seguridad en sí mismos, sin exponerse al riesgo de que la esperanza, aunque vana, se cumpla. Porque, en efecto, al aumentar el número de quienes le van cogiendo gusto a perder, cíclicamente, o sea cada tanto, acaban por ganar los que perdieron. Aunque para un cartaginés de raza los que ganan son siempre los mismos romanos.

-Hablando de ganancias, hora es ya de que pasemos a la lección de aritmética. Puestos en pie, queridos niños, entonad las pautas inmutables por las que debe regirse el buen padre de familia.

-Un millon de veces un millón, al 0% de interés, proporciona un billón. Al 30% de interés...

Y todo un coro infantil va cantando la lección, la eterna canción del presente mutante.

Juan García Hortelano es escritor.

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