Editorial:

Los senos y el 'chador'

HACIA MEDIADOS de los setenta comenzó en Egipto un movimiento que inquietó a las autoridades: muchachos y muchachas abandonaban el vestuario occidental y regresaron a la tradición, ellos con barba y turbante, y ellas con velo y chilaba. Eran sobre todo intelectuales y estudiantes de universidad que parecían renunciar a las ventajas de la supuesta libertad de costumbres y de la nueva universalización. La inquietud de las autoridades se debía a que los identificaba con la resurrección del integrismo religioso tras la guerra santa emprendida por Jomeini a partir de la revolución iraní.Pe...

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HACIA MEDIADOS de los setenta comenzó en Egipto un movimiento que inquietó a las autoridades: muchachos y muchachas abandonaban el vestuario occidental y regresaron a la tradición, ellos con barba y turbante, y ellas con velo y chilaba. Eran sobre todo intelectuales y estudiantes de universidad que parecían renunciar a las ventajas de la supuesta libertad de costumbres y de la nueva universalización. La inquietud de las autoridades se debía a que los identificaba con la resurrección del integrismo religioso tras la guerra santa emprendida por Jomeini a partir de la revolución iraní.Pero el velo, el manto a la cabeza y la barba significaban otra cosa: los jóvenes árabes creían que la occidentalización había destruido su cultura y sus opciones sin darles nada a cambio, y el regreso a su propia identidad visible les parecía necesario. La corriente se extendió por todo el islam y este instrumento de expresión y de doctrina se convirtió en odioso cuando el imam Jomeini lo convirtió en obligatorio, con penas que llegaban a la lapidación. Fue la explotación de esa cara siniestra la que removió el mundo ajeno contra el chador y otros símbolos.

La guerra se ha reanudado ahora en un territorio impensable: Francia. En París, a tres alumnas del Liceo, musulmanas, se les impidió la entrada en las clases porque llevaban su traje tradicional. El ministro de Educación apoyó al director del instituto: "De una manera general Francia no puede tolerar la intolerancia religiosa". De donde su actitud se volvió intolerante. Y se produjo una reacción: Francia violaba las libertades civiles, el derecho a vestirse como se quiera y la conciencia de sus ciudadanos musulmanes. Dos diputados acudieron a la Asamblea Nacional tocados con el chador femenino; en institutos y en universidades muchas alumnas -entre ellas varias españolas- hicieron lo mismo. No parece congruente, en efecto, que una sociedad que acaba de inaugurar la moda del seno izquierdo desnudo pueda ser intolerante con el exceso de ropa.

Pero el problema va más allá que el de la anécdota. La polémica y las opiniones encontradas tienen como punto de referencia el racismo visto desde la cultura. En Francia hay que buscar siempre la palabra clave, y en este caso es la de integración. Es decir, una magnanimidad por la cual los emigrantes se integran en sus propias e inmejorables costumbres y sistemas de vida -las de Francia o las europeas en general- y abandonen las suyas. Si no son franceses, son fanáticos. Es indudable que la civilización francesa ha alcanzado grandes puntos en la historia de Europa, e incluso la forma en que gran parte de sus ciudadanos se alzó contra las últimas depredaciones coloniales -Argelia, Indochina- es una muestra de esa civilización, que hoy prevalece. Pero colonizar a sus propios huéspedes obligándolos a integrarse choca con sus propios ideales. Una sociedad que permita que las mujeres que lo deseen vayan con un pecho desnudo -o los dos, o todo lo demás- y otras lleven chador será una sociedad libre. Lo demás son piruetas mentales en el falso nombre de la libertad.

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