Tribuna:

Temporal

En medio del temporal, sobre el Mediterráneo volvió a resplandecer brevemente la luz de moscatel que define los días maduros de septiembre, y durante ese interludio de sol algunos niños con chubasquero gritando buscaban caracoles en el barranco. Sus voces sonaban muy limpias en el aire recién lavado por la tormenta. Un olor a alga podrida, que era la bilis del mar, llegaba desde la cala donde la tempestad golpeaba purgando su vientre. Por un momento brillaron los pinos mojados, pero al mediodía oscureció de repente como sí Dios fuera a expirar otra vez en el Gólgota y entonces comenzaron a llo...

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En medio del temporal, sobre el Mediterráneo volvió a resplandecer brevemente la luz de moscatel que define los días maduros de septiembre, y durante ese interludio de sol algunos niños con chubasquero gritando buscaban caracoles en el barranco. Sus voces sonaban muy limpias en el aire recién lavado por la tormenta. Un olor a alga podrida, que era la bilis del mar, llegaba desde la cala donde la tempestad golpeaba purgando su vientre. Por un momento brillaron los pinos mojados, pero al mediodía oscureció de repente como sí Dios fuera a expirar otra vez en el Gólgota y entonces comenzaron a llover peces con extremada furia. En el interior de esas tinieblas la radio había quedado encendida y, mientras los torrentes ya arrastraban los primeros cerdos ahogados, la voz del locutor ventosamente recitaba la lista de candidatos a las próximas elecciones.Cualquier pasión política o tumulto del corazón parecían sólo flato comparados con este desenfreno de la naturaleza. La historia de la humanidad es la historia de una cerilla, y sin duda Dios agonizó bajo una gota fría como ésta un viernes coronado de centellas en el otro extremo del Mediterráneo. Pero una vez muerto escampó y su cadáver se convirtió en una luz de moscatel sobre las ruinas.

Eso sucedió ayer en Denia. Cuando la tormenta se fue, las entrañas del mar aún se oían y los niños regresaron al barranco para buscar caracoles entre las virutas de cantueso. Junto a los pretiles, alguna gente con botas de caucho observaba el nivel de las torrenteras, y en el puerto los marineros afirmaban los amarres de las barcas. En casa la radio aún pronunciaba nombres de políticos, aunque ya había salido el sol más dulce. Entonces llegaron gritando aquellos niños. Decían que en el barranco habían visto a Dios dentro de una charca donde se reflejaban las nubes. Pensé si ese Dios no sería la luz de septiembre en el Mediterráneo después de la lluvia.

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