Editorial:

El modelo húngaro

LA PREPARACIÓN del congreso del Partido Socialista Obrero Húngaro (PSOH), previsto para octubre, y las negociaciones entre éste y los partidos de la oposición sobre la fecha de las elecciones generales -bien a finales de año, bien en la primavera de 1990- son los dos temas en torno a los que gira el debate político de Budapest. El clima es completamente atípico en un país del Este. Las contradicciones internas en el partido son públicas, y las organizaciones de oposición gozan de una libertad amplísima para manifestar sus posiciones, si bien tienen serias dificultades para implantarse y actuar...

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LA PREPARACIÓN del congreso del Partido Socialista Obrero Húngaro (PSOH), previsto para octubre, y las negociaciones entre éste y los partidos de la oposición sobre la fecha de las elecciones generales -bien a finales de año, bien en la primavera de 1990- son los dos temas en torno a los que gira el debate político de Budapest. El clima es completamente atípico en un país del Este. Las contradicciones internas en el partido son públicas, y las organizaciones de oposición gozan de una libertad amplísima para manifestar sus posiciones, si bien tienen serias dificultades para implantarse y actuar. La plena legalización de los partidos no es aún realidad.El rasgo que distingue la reforma política húngara de las de Polonia o la Unión Soviética es la radicalidad y el ritmo del proceso de renovación del partido. No sólo la época de Kadar ha quedado en el pasado, sino que Grosz, elegido en 1988 para sustituir a Kadar como candidato de los sectores reformistas, está ahora completamente superado. La dirección política está en manos del nuevo presidente, Nyers, acompaflado por Imre Poszgay y el primer ministro, Nemeth: todos, reformadores resueltos que han pasado de un casi ostracismo hace menos de dos años a asumir la dirección del partido, y del país, con la voluntad de dar a la reforma democrática su pleno sentido.

¿Por qué ha podido predominar en el PSOH esa corriente reformadora radical? Una causa esencial es la huella dejada por Irme Nagy y la revolución de 1956. Nagy fue el primer dirigente comunista que supo explorar vías completamente nuevas, afirmar los valores de la democracia y de la independencia, y hacer frente con coraje a la intervención soviética de entonces. Por eso su rehabilitación ha sido un momento clave en la reforma. La pidieron primero grupos democráticos no comunistas. Pero Poszgay y otros se dieron cuenta de que reivindicar a Nagy era decisivo si los comunistas querían tener futuro. El congreso de octubre se prepara con ese espíritu, para dar vida a un " partido renovado" que pueda afrontar las elecciones. Comparado con el desastre sufrido por los comunistas polacos, el 30%. que los sondeos otorgan al PSOH es un estímulo para la corriente reformadora.

¿Se producirá una escisión en el congreso? La tendencia tradicional, con personalidades conocidas, como el ex ministro de Exteriores Puja, se ha agrupado en la Sociedad Ferenc Munnich calificando la reforma de "restauración burguesa". No parece que tenga fuerza suficiente para inclinar el curso del congreso, y los reformadores no dan la sensación de que se dispongan a hacer concesiones en aras de una "unidad" sin relación con los hechos de hoy. En cuanto a las fuerzas de oposición, sufren los efectos de una pérdida de continuidad en su labor política. A los partidos tradicionales, socialdemócrata y el de los "pequeños campesinos", les cuesta mucho despegar. En cambio, se han consolidado el Fórum Democrático Húngaro (MDF), la Asociación de Demócratas Libres (SZDSZ, de tendencia centro-izquierda) y los Jóvenes Demócratas (FIDESZ), organizaciones surgidas de la lucha de estos últimos años, y cuyo papel ha sido decisivo para forzar los cambios actuales. En todo caso, la actual evolución conduce hacia un Gobierno de coalición después de las elecciones. El presidente comunista Nyers lo preconiza, aceptando que cada partido tenga un papel en relación con los votos recibidos. Para una etapa de dificultades económicas y sociales, un Gobierno de coalición ofrecería serias ventajas. Pero la condición previa ha sido una transformación profunda del partido comunista. Ni en Polonia ni en la URSS ese proceso ha ido tan lejos, lo que causa gravísimas dificultades.

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