Tribuna:

Los chivos

No sé si los dos se han dado cuenta del papel que al parecer están obligados a representar. De hecho, no pueden salir del cerco y los espectadores conservan sus posiciones a la espera del próximo encuentro. No hay piedad ni respeto en los ojos de los mirones. Cada cual ha de desempeñar su papel y una de las pequeñas compensaciones por ser ciudadanos resignados y cumplidores es precisamente este largo combate a infinitos asaltos entre el banquero desnudo y el ex ministro igualmente desnudo.Los mirones repasan con los ojos los músculos de estos dos chivos, pero simplemente comprueban que no han ...

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No sé si los dos se han dado cuenta del papel que al parecer están obligados a representar. De hecho, no pueden salir del cerco y los espectadores conservan sus posiciones a la espera del próximo encuentro. No hay piedad ni respeto en los ojos de los mirones. Cada cual ha de desempeñar su papel y una de las pequeñas compensaciones por ser ciudadanos resignados y cumplidores es precisamente este largo combate a infinitos asaltos entre el banquero desnudo y el ex ministro igualmente desnudo.Los mirones repasan con los ojos los músculos de estos dos chivos, pero simplemente comprueban que no han envejecido para esto. Son animales de sillón gerencial y dictáfono. Cuando Ruiz-Mateos pega, lo hace como si estuviera convenciendo a su propio brazo de que es posible hacer otras cosas además de santiguarse o firmar cheques. Y cuando Boyer se defiende, lo hace con la lentitud del pensador que ha perdido décimas de segundo planteándose la irracionalidad del ataque y de la defensa. Ambos pueden ser agresivos, peligrosos, exterminadores, pero de otra manera. Los dos han aprendido a matar con palabras y números. A veces han matado incluso con silencio. No poniéndose al teléfono, por ejemplo.

Los demás o las circunstancias los han convertido en dos animales para la pelea, el uno agresor, el otro agredido, y el espectáculo ha tenido incluso cámaras de televisión, se ha convertido en un serial tan irreal como Dallas o Falcon Crest; por eso mismo ha perdido cualquier posible valor ejemplar. Es como si el sistema hubiera reconvertido en chivos expiatorios a dos de sus, en otro tiempo, más eficaces legitimadores. Los dos le sobraban. El uno era el aventurerismo económico del ancien régime, y el otro, el capador de los sueños populistas de una generación de excombatientes por el cambio social. Mientras ellos se pelean, el sistema sigue demostrando su buena salud. La banca ya está saneada y nunca más, nunca un ministro socialista volverá a comprarle un bolso en Loewe a una dama, aunque sea filipina.

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