Tribuna:

La capucha

Un terrorista puede soltar una frase idiota, pero si la pronuncia lentamente con la cabeza dentro de una capucha, entonces esa idiotez adquiere la sonoridad de Sófocles. Con el rostro tapado y una metralleta en la mano, las palabras banales alcanzan mucha profundidad y no menos espanto; por eso el hombre para imponer sus ideas se ha servido tanto del disfraz como de las armas. Velados con máscaras de animales, los hechiceros bailaban junto a la hoguera simulando una cacería, emitían sonidos guturales y éstos atraían a los venados. Los matarifes ya estaban preparados. Luego los sacerdotes se ha...

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Un terrorista puede soltar una frase idiota, pero si la pronuncia lentamente con la cabeza dentro de una capucha, entonces esa idiotez adquiere la sonoridad de Sófocles. Con el rostro tapado y una metralleta en la mano, las palabras banales alcanzan mucha profundidad y no menos espanto; por eso el hombre para imponer sus ideas se ha servido tanto del disfraz como de las armas. Velados con máscaras de animales, los hechiceros bailaban junto a la hoguera simulando una cacería, emitían sonidos guturales y éstos atraían a los venados. Los matarifes ya estaban preparados. Luego los sacerdotes se han adornado la frente con grandes cornamentas y a través de la historia no han cesado de lanzar comunicados llenos de amenazas y consejos, mientras también danzaban y el infierno se hallaba a disposición de los fieles. Los cómicos se han ocultado siempre detrás del maquillaje para desarrollar los simulacros. Los jueces se han vestido con oscuros faldones y nunca han osado dictar sentencia sino parapetados en la trasera de las cornucopias. ¿Qué sería de la moral sin la liturgia y del veredicto sin los negros ropajes? El podio de los políticos, la carátula de los tragediantes, la capa de los obispos, el uniforme de los militares y la toga de los jueces son ornamentos que los hombres utilizan sólo para dar prestigio a la voz.Ninguna máscara griega podría compararse con el capirote de un terrorista cuando lanza un sermón. Dentro del vacío que genera ese embozo, las ideas vulgares, las ambiciones rastreras, conquistan el sonido de un drama maravilloso. Ningún báculo ha logrado el vigor de la metralleta, pero ésta no tiene más fuerza que la oscuridad. Por eso el poder busca las sombras, ya que éstas acrecientan su propio volumen y dan una apariencia de solidez a los fantasmas. La luz que desintegra a Drácula es la misma que aniquila a los terroristas. La noche, la ambigüedad, el silencio o las frases pronunciadas dentro de una capucha dan mucho prestigio, y frente a él la democracia sólo tiene el arma de la libertad, que es el ácido más corrosivo.

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