Editorial:

Entre la esperanza y la amenaza

EL DÍA de la Patria Vasca, el Aberri Eguna, que se conmemora el próximo domingo, se celebra este año bajo un doble signo: la amenaza de que las armas vuelvan a disparar una vez más sobre la voluntad mayoritaria de un pueblo y la esperanza de que la voz de ese pueblo haya sido oída por quienes esgrimen las armas. En juego está algo más que la estrategia partidista de el día después o que el empecinamiento de quienes embisten la realidad con la consigna de que nada ha cambiado. En juego está el destino de un pueblo que afronta el año 2000 discutiendo problemas que dividieron a Euro...

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EL DÍA de la Patria Vasca, el Aberri Eguna, que se conmemora el próximo domingo, se celebra este año bajo un doble signo: la amenaza de que las armas vuelvan a disparar una vez más sobre la voluntad mayoritaria de un pueblo y la esperanza de que la voz de ese pueblo haya sido oída por quienes esgrimen las armas. En juego está algo más que la estrategia partidista de el día después o que el empecinamiento de quienes embisten la realidad con la consigna de que nada ha cambiado. En juego está el destino de un pueblo que afronta el año 2000 discutiendo problemas que dividieron a Europa en el siglo XIX. Los fantasmas que desvelan a la clase política vasca tienen ya poco que ver con la consecución de un marco jurídico en el que buscar su propio desarrollo social y mucho con el fundamentalismo utópico que cristaliza en torno al llamado derecho de autodeterminación.El hecho de que todos los partidos políticos vascos menos uno hayan reiterado por escrito y con su presencia masiva, el pasado sábado en las calles de Bilbao, su firme y tajante voluntad de poner fin a un estado permanente de crisis, y de buscar en la negociación política la definitiva salida a un conflicto que bloquea y desangra a una sociedad dinámica y pujante, es el mejor augurio para quienes creen, en la democracia. No ha sido hasta ahora, sin embargo, argumento alguno para quienes reiteradamente han despreciado las numerosas consultas electorales en las que el pueblo vasco ha optado abrumadoramente por opciones políticas, nacionalistas o no, que abominande la violencia y buscan ensanchar el marco político para que entren en él incluso los que desprecian la democracia. La paradoja es que aquellos que se autodenominan vanguardia de un fantasmagórico Movimiento Vasco de Liberación Nacional busquen anhelantes en las encuestas los resultados que luego despreciarán en las urnas.

Los últimos sondeos electorales reflejan una presencia notable -minoritaria pero notable- de quienes hasta ahora han arropado con su voto el discurso de la violencia y llegan a situar a una fuerza -Herri Batasuna (HB)- como partido mayoritario en Guipúzcoa, donde ya lo fueron, por escaso margen de votos sobre el PSOE, en 1986. Esta fuerza electoral, este apoyo social, se ha convertido, por la administración que de él hace HB, en una ficha más de negociación en la mesa de Argel. Detrás de las pistolas, los votos, o detrás de los votos, las pistolas, según sea en el municipio, el sindicato, las juntas generales de las diputaciones o la mesa de Argel. El pueblo vasco ha cruzado ya todas las calles de Euskadi para decir basta y pedir que esos votos, que esa fuerza social, se pongan al servicio de una convivencia que no excluya a nadie y que permita afrontar, con la cohesión social necesaria, los problemas políticos, económicos y sociales de una Europa frente a la que disminuye cada día el principio de soberanía de los Estados.

Pero la fiesta del Aberri Eguna es, antes que nada, la fiesta del nacionalismo vasco. Desde estas páginas -y haciendo autocrítica respecto de posiciones mantenidas en los comienzos de la transición- hemos defendido insistentemente en los últimos años el papel central que el nacionalismo vasco democrático debe desempeñar en el proceso de pacificación de Euskadi. Y ese nacionalismo se presenta dividido, una vez más, en su fiesta anual. Un hecho ya bastante inquietante que en esta ocasión adquiere mayor gravedad porque podríamos encontrarnos en el umbral de un proceso político inédito, en el que la unión de las fuerzas nacionalistas moderadas sería imprescindible para evitar que, en el juego que se avecina, desempeñe un protagonismo relevante el nacionalismo radical e intolerante crecido al calor de las armas. Representantes cualificados de Eusko Alkartasuna han abogado en público por un proceso de convergencia con el PNV. Las tensiones que condujeron a la escisión tienen perfecta cabida en el interior de un gran movimiento respetuoso con distintas corrientes internas. Sería lamentable que posiciones personalistas y determinados devaneos políticos impidiesen lo que viene reclamando un realismo político elemental.

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