Tribuna:

Anónimos

Al secreto individuo que lee mis declaraciones a Hacienda, al que tramítalas denuncias de los maltratados, al desconocido interfecto del que depende una vida, a ese lector furtivo que siempre intriga, al oculto censor, al clandestino escribiente de grafitos, a los asesinos tapados bajo un mismo uniforme, a los fantasmas indefinidos que nunca dejan de aparecer, a ese incierto miedo que invade a los supervivientes, al tirano enmascarado, al anónimo que se empeña en clavetear el pasado..., a los dioses de a pie de los que depende alguna parte de nuestras vidas...A todos ellos, que les den dos dur...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Al secreto individuo que lee mis declaraciones a Hacienda, al que tramítalas denuncias de los maltratados, al desconocido interfecto del que depende una vida, a ese lector furtivo que siempre intriga, al oculto censor, al clandestino escribiente de grafitos, a los asesinos tapados bajo un mismo uniforme, a los fantasmas indefinidos que nunca dejan de aparecer, a ese incierto miedo que invade a los supervivientes, al tirano enmascarado, al anónimo que se empeña en clavetear el pasado..., a los dioses de a pie de los que depende alguna parte de nuestras vidas...A todos ellos, que les den dos duros y que se pierdan.

Que la memoria de la masa, también sin nombre, se coma esa legión de ignotos antes de que Saturno devore a su hijo. Que se vayan en bicicleta, para que desaparezcan los miedos que tanto atan y que tan mortales nos dejan, tan indefensos, tan frágiles.

Que les den dos duros, o tres, o los que sean, pero que se pierdan antes de que una multinacional les dé una marca y se vuelvan conocidos. Que se piren, que se esfumen, que no estén, que cuando abra los ojos hayan desaparecido, antes de que cualquier moda les ponga casa y empiece a invadirnos un miedo legitimado. Porque entonces los mortales no podremos hacer otra otra cosa que morirnos, y no me apete.

Que se mueran los de ideas torcidas y no quede ni uno. Que alguien se invente un conjuro -lagarto, lagarto- que les borre del mapa; lo que sea, una pócima. Que saquen un premio para incentivar a los inventores de fórmulas anti-anónimos-de-tal-tipo, que de algo sirvan las Organizaciones No Gubernamentales, los movimientos, los gritos, los votos, los discursos, las fotos...

Y que se den prisa, porque ya nos están invadiendo la incontinencia, las náuseas, la fiebre, los espasmos, el hipo. Y como siga esto así puede que nos muramos, y entonces se quedarán sin carne para sus cañones, y será fastidioso para ellos y nos reiremos por la jugarreta, y... Pero no, qué digo, que se vayan antes de que les desaparezcamos. A ver si nos toca ser libres, leñe.

Archivado En