Cartas al director

Homenaje a un soldado que se quitó la vida

Probablemente lo llevaba preparando hace tiempo, probablemente penso que era la última ocasión en que tendría un arma de fuego.en sus manos, y también probablemente iniró por última vez aquel rostro que nunca consideró suyo.Abrió la tarde anterior la taquilla y ordenó toda la ropa ' la clasificó con cuidado, con tranquilidad: a un lado la militar, al otro la civil. No dejó ninguna carta, no valía la pena y lo sabía; para qué explicar a los demás aquel destino que nunca tuvo explicación para él mismo.

La guardia comenzó como cualquier otra. Sólo una diferencia, allí estaban formados 12 h...

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Probablemente lo llevaba preparando hace tiempo, probablemente penso que era la última ocasión en que tendría un arma de fuego.en sus manos, y también probablemente iniró por última vez aquel rostro que nunca consideró suyo.Abrió la tarde anterior la taquilla y ordenó toda la ropa ' la clasificó con cuidado, con tranquilidad: a un lado la militar, al otro la civil. No dejó ninguna carta, no valía la pena y lo sabía; para qué explicar a los demás aquel destino que nunca tuvo explicación para él mismo.

La guardia comenzó como cualquier otra. Sólo una diferencia, allí estaban formados 12 hombres, pero sólo había 11; el otro sabía que no estaría enfrente al siguiente día para hacer el relevo. Entre estar en un lado o estar en el otro mediaban 24 horas, para todos excepto para él, que vio el abismo entre las dos formaciones.

La tarde se presentó cenicienta, triste, digna de octubre. Temblaba el otoño en toda su melancolía. La noche llegó callando, en silencio, como de Puntillas.Eran las 23 horas cuando hizo el relevo en la garita de la puerta falsa; incluso se permitió el lujo de bromear con el relevado.

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Una vez arriba esperó unos minutos, miró hacia las trastiendas de aquella calle esa noche más solitaria que nunca, y por su mente transcurrieron todas aquellas imágenes que le marcaron en su vida, todas aquellas frustraciones que pudieron con él más que su apego a la propia vida.

Probablemente serían las doce y cuarto cuando se sentó en el suelo, y sacando el cargador de la cartuchera extrajo con tranquilidad la primera bala, la de, fogueo, e introdujo el cargador en el fusil. Lo cargó y apoyó la barbilla en el cañón del arma. El ruido fue seco, vacío, como la misma noche de otoño.Probablemente nadie percibió aquella última lágrima, aquel último reflejo del verdor de su tierra gallega en sus abiertos y desorbitados ojos. Probablemente nadie supo jamás de su callado llanto interno, de su eterno vagar sin sentido, de su insoportable impotencia para vivir marcado.

Cuando le cargaron en el coche ya no pudo oír las últimas palabras que le dirigió el sargento: "Tu madre será una santa, pero tú eres un hijo de la gran puta".

.Probablemente todos olvidaremos aquel 2 de noviembre, probablemente todos estemos tranquilos, y también probablemente nunca seremos conscientes de que todos, alguna vez, en algún momento, fuimos fabricantes de aquel trozo de culpa que nunca seremos capaces de limpiar.

Este texto pretende ser un homenaje a un compañero que sequitó la vida el pasado 2 de noviembre en un cuartel cualquiera- Pedro Heras

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