Tribuna:

Naranjos

Antes de comenzar a escribir esta columna, permítanme que recoja los anillos, que se me han caído por los suelos. Porque tener que volver a tratar del tema del aborto, una vez más y a estas alturas del milenio, es azote suficiente como para que se te caiga la bisutería y los alientos.Son ocho hombres y mujeres los responsables del centro de planificación sevillano Los Naranjos, y van a ser juzgados por aborto el próximo día 17. A tres de ellos les piden seis meses de cárcel; a los demás, cuatro años. Y seis años de inhabilitación para todos ellos. Es un proceso que apesta a naftalina, tan casp...

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Antes de comenzar a escribir esta columna, permítanme que recoja los anillos, que se me han caído por los suelos. Porque tener que volver a tratar del tema del aborto, una vez más y a estas alturas del milenio, es azote suficiente como para que se te caiga la bisutería y los alientos.Son ocho hombres y mujeres los responsables del centro de planificación sevillano Los Naranjos, y van a ser juzgados por aborto el próximo día 17. A tres de ellos les piden seis meses de cárcel; a los demás, cuatro años. Y seis años de inhabilitación para todos ellos. Es un proceso que apesta a naftalina, tan casposo, caduco y obsoleto como un abrigo viejo que alguien ha sacado, por tonta equivocación, del armario del tiempo. Porque el asunto de Los Naranjos se remonta a 1980. Fue en ese año cuando la policía clausuró el centro y detuvo durante 72 horas a los responsables. Por entonces nuestros ocho procesados eran chicos muy jóvenes, veinteañeros empeñados en mover el mundo, en forzar los anquilosados límites de ¡asociedad española de la época. Porque de todo esto hace tan sólo ocho años, pero han sido tan intensos como siglos. Ni siquiera habíamos sufrido aún el tejerazo.

Ahí estaban, pues, en aquella España paleolítica: un puñado de muchachos que con generosidad y muchos bríos cubrían una necesidad real de la que el Estado no había sabido aún hacerse cargo. Montaron Los Naranjos con dos duros, dieron charlas de anticoncepción por los pueblos, editaron un boletín informativo. Se empeñaron, en fin, en que la gente fuera más sabia y más dichosa. Ganaban una miseria por todo esto: el sueldo más alto apenas si rozaba las 40.000 pesetas mensuales. Ahora, en 1988, los centros de planificación oficiales han copiado el modelo de Los Naranjos. Pero nuestros ocho hombres y mujeres siguen procesados y van ajuicio. Su único delito consiste en haber sido más conscientes, más solidarios. La sociedad nos venía estrecha y ellos la agrandaron por la sisa. No me digan que no resulta delirante que les pidan cuatro años de cárcel por su esfuerzo.

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