Tribuna:A PROPÓSITO DE 1492 / 2

Las lujurias infernales

La historia oficial, sostiene el autor de este artículo, suele manipular los hechos. En el ámbito de las relaciones sociales, América mostraba un talante bastante más liberal que el de sus "descubridores". El matrimonio no era indisoluble en ningún lugar de América, y la virginidad no tenía valor. En las costas del mar Caribe, y en otras comarcas, la homosexualidad era libre, los indios tenían la malsana costumbre de bañarse todos los días y, para colmo, creían en los sueños.

En general, nuestros países, que se ignoran a sí mismos, ignoran su propia historia. El estatuto neocolonial vac...

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La historia oficial, sostiene el autor de este artículo, suele manipular los hechos. En el ámbito de las relaciones sociales, América mostraba un talante bastante más liberal que el de sus "descubridores". El matrimonio no era indisoluble en ningún lugar de América, y la virginidad no tenía valor. En las costas del mar Caribe, y en otras comarcas, la homosexualidad era libre, los indios tenían la malsana costumbre de bañarse todos los días y, para colmo, creían en los sueños.

En general, nuestros países, que se ignoran a sí mismos, ignoran su propia historia. El estatuto neocolonial vacía al esclavo de historia para que el esclavo se mire a sí mismo con los ojos del amo. Se nos enseña la historia como se muestra una momia, fechas y datos desprendidos del tiempo, irremediablemente ajenos a la realidad que conocemos y amamos y padecemos; y se nos ofrece una versión del pasado desfigurada por el elitismo y el racismo. Para que ignoremos lo que podemos ser se nos oculta y se nos miente lo que fuimos.La historia oficial de la conquista de América ha sido contada desde el punto de vista del mercantilismo capitalista en expansión. Ese punto de vista tiene a Europa por centro y al cristianismo por verdad única. Ésta es la misma historia oficial, al fin y al cabo, que nos cuenta la reconquista de España por los cristianos contra los invasores moros, tramposa manera de descalificar a los españoles de cultura musulmana que llevaban siete siglos viviendo en la Península cuando fueron expulsados. La expulsión de estos presuntos moros, que de moros no tenían un pelo, junto a los españoles de religión judía, señaló la victoria de la intolerancia y del latifundio y selló la ruina histórica de aquella España que descubrió y conquistó América. Algunos años antes de que fray Diego de Landa, en Yucatán, arrojara a las Ramas los libros de los mayas, el arzobispo Cisneros había quemado los libros islámicos en Granada en una gran hoguera purificadora que ardió varios días.

Mal que le pese, la historia oficial revela una realidad que la contradice. Esa realidad, quemada, prohibida, mentida, asoma, sin embargo, en el estupor y el horror, el escándalo y también la admiración de los cronistas de Indias ante esos seres jamás vistos que Europa, aquella Europa de la Inquisición, estaba descubriendo.

Los derechos del indio

La Iglesia admitió, en 1537, que los indios eran personas, dotadas de alma y razón, pero bendijo el crimen y el saqueo: al fin y al cabo, los indios eran personas, pero personas poseídas por el demonio y, por tanto, no tenían derechos. Los conquistadores actuaban en nombre de Dios para extirpar la idolatría, y los indios daban continuadas pruebas de irremediable perdición y motivos indudables de condenación. Los indios no conocían la propiedad privada. No usaban el oro ni la plata como moneda, sino para adornar sus cuerpos o rendir homenaje a sus dioses. Esos dioses, falsos, estaban a favor del pecado. Los indios andaban desnudos: el espectáculo de la desnudez, decía el arzobispo Pedro Cortés Larraz, provoca .mucha lesión en el cerebro". El matrimonio no era indisoluble en ningún lugar de América y la virginidad no tenía valor. En las costas del mar Caribe, y en otras comarcas, la homosexualidad era libre y ofendía a Dios tanto o más que el canibalismo en la selva amazónica. Los indios tenían la malsana costumbre de bañarse todos los días y, para colmo, creían en los sueños. Los jesuitas comprobaron, así, la influencia de Satán sobre los indios del Canadá: esos indios eran tan diabólicos que tenían intérpretes para traducir el lenguaje simbólico de los sueños, porque ellos creían que el alma habla mientras el cuerpo duerme y que los sueños expresan deseos no realizados.

Los iroqueses, los guaraníes y otros indios de las Américas elegían a sus jefes en asambleas, donde las mujeres participaban a la par de los hombres, y los destituían si se volvían mandones. Poseído sin duda por el demonio, el cacique Nicaragua preguntó quién había elegido al rey de España.

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"El buen pescado aburre, a la larga, pero el sexo siempre es divertido", decían, dicen, los indios mehinaku, en Brasil. La libertad sexual echaba un insoportable olor a azufre. Las crónicas de Indias abundan en el escándalo de estas lujurias infernales, que acechaban en cualquier rincón de América más o menos alejado de los valles de México y el Cuzco, que eran santuarios puritanos. La historia oficial reduce la realidad precolombina, en gran medida, a los centros de las dos civilizaciones de más alto nivel de organización social y desarrollo material. Incas y aztecas estaban en plena expansión imperial cuando fueron derribados por los invasores europeos, que se aliaron con los pueblos por ellos sometidos.

En aquellas sociedades, verticalmente dominadas por reyes, sacerdotes y guerreros, regían rígidos códigos de costumbres, cuyos tabúes y prohibiciones dejaban poco o ningún espacio a la libertad. Pero aun en esos centros, que eran los más represivos de América, peor fue lo que vino después.

Los aztecas, por ejemplo, castigaban el adulterio con la muerte, pero admitían el divorcio por sola voluntad del hombre o de la mujer. Otro ejemplo: los aztecas tenían esclavos, pero los hijos de los esclavos no nacían esclavos. La boda eterna y la esclavitud hereditaria fueron productos europeos que América importó en el siglo XVI.

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