Tribuna:

Curas de urgencia

Quizá haya que admitir que, a fin de cuentas, el llamado impuesto religioso ha tenido su lado, no diré que bueno, pero sí al menos revelador. Dos son las revelaciones que me parecen más importantes de este nada ortodoxo -pese a su nihil obstat clerical- diezmo de ánimas: la primera concierne a su resulta de, mismo, y, la segunda, a los febles intentos de denuncia y oposición a su. implantación. En cuanto al resultado, no puede ser más revelador: sólo uno de cada tres contribuyentes optó por dedicar ese 0,5% de libre disposición a la Iglesia en lugar de a obras socia...

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Quizá haya que admitir que, a fin de cuentas, el llamado impuesto religioso ha tenido su lado, no diré que bueno, pero sí al menos revelador. Dos son las revelaciones que me parecen más importantes de este nada ortodoxo -pese a su nihil obstat clerical- diezmo de ánimas: la primera concierne a su resulta de, mismo, y, la segunda, a los febles intentos de denuncia y oposición a su. implantación. En cuanto al resultado, no puede ser más revelador: sólo uno de cada tres contribuyentes optó por dedicar ese 0,5% de libre disposición a la Iglesia en lugar de a obras sociales (las previsiones de la Conferencia Episcopal afirmaban que al menos un 56% elegiría tal opción). Y ello pese a lo inconcreto de las obras sociales alternativas y pese a que el 0,5% dedicado al clero no suponía recargo alguno en la tributación: ¿Se imagirian ustedes qué porcentaje habría apoyado el impuesto si ello significara algún aumento en lo que debía pagarse? La cifra de 14,000 millones de aportada a la Iglesia católica por el Estado durante el pasado ejercicio no se alcanzará en éste, si nos atenemos a lo que voluntariamente los contribuyentes han acordado en su declaración de renta. Ante ello caben dos actuaciones: una, la de acordar un crédi to extraordinario para completar la cifra del pasado año, con lo cual el dinero de las obras sociales terminará velis nolis en las benditas arcas; otra, reconocer que el pasado año se concedió a la Iglesia más dinero del que quisieran asignarle los ciudadanos de este país. Volvemos a lo de siempre: si se decide lo primero, ¿para qué demonios -o si, se prefiere, a santo de qué haber ofrecido a los contribuyentes una extemporánea opción de la que en último término no se va a hacer caso? Y si se decide lo segundo... ¡ah,entonces ya verán ustedes la que se arma! Que la Iglesia católica haya perdido clientela sociológica es, después de todo, voluntad de Dios, ante la que no cabe sino resignarse y orar; pero que se le rebajen los ingresos dependería de una decisión del Gobierno y hasta ahí podíamos llegar.Sería naturalmente absurdo sacar consecuencias peligrosamente grandilocuentes de que bastantes menos españoles de los previstos se hayan mostrado dispuestos a contribuir voluntariamente al mantenimiento del clero. Nada, pues, menos conveniente que repetir el trompetazo "¡España ha dejado de ser católica'." ni cosa que le valga. Ni siquiera parece oportuno suponer que desciende la demanda de intermediaríos profesionales entre la divinidad impenetrable y sus criaturas. En tanto que cualquier semanario pueda aumentar su tirada con sólo prometer a los lectores detalles sobre la vida sexual de un futbolista o las primeras fotos de un banquero en bañador, el futuro laboral de los confesores está asegurado. Lo más que se ha revelado en esta improvisada encuesta sobre la afición al catolicismo de los contribuyentes es que hay que dar a Dios lo que es de Dios, al césar lo que es del césar y procurar también ahorrar algo para uno, por si vienen mal dadas. Todos queremos ir al cielo, claro está, pero como en casa, desengáñese, padre, como en casa en ninguna parte. Son cosas que deben tomarse en cuenta a la hora de calibrar el peso que ha de concederse a la intervención eclesial en política, costumbres, representatividad moral, etcétera. Y sobre todo no olvidar algo tan obvio que casi da vergüenza recordarlo (no olvidarlo, quiero decir, institucionalmente): que la afiliación real a la Iglesia católica es cuestión de unos cuantos, mientras que el fisco y la participación democrática en la gestión del Estado debe ser cosa de todos. Y que entre esos cuantos y todos hay más diferencia numérica de lo que quiere dar a entender la Conferencia Episcopal...

La segunda revelación de la que hablé al comienzo de este artículo no depende de! resultado de la cuestación, sino de las dificultades halladas antes de ésta para promover algún impedimento político a la santa cacicada. Y me refiero en concreto a los intelectuales de izquierda o progresistas (dejemos la derecha, en la cual, ya se sabe, ni siquiera es becerro de oro todo lo que reluce, sino generalmente becerro de imitación). Pues bien, lo que se ha revelado una vez más es que no resulta nada fácil movilizar intelectuales para una empresa estrictamente laica, es decir, contraria al privilegio rector de los curas (majos o de los otros, de liberación o de sumisión) en la institucionalización simbólica de la sociedad. Hay todavía mucha nostalgia del seminario y de la HOAC, mucho resabio de convivencia cristiano-marxista, mucho profetismo de guardarropía como para atreverse a un anticlericalísmo de sentido común (lo mismo que es de sentido común progresista el antimilitarismo o el republicanismo). Probablemente es un conflicto de diócesis, un solapamiento de parroquias entre curas e intelectuales: en el fondo se trata de una competencia, y, frecuentemente, desleal. Pero dentro de nuestra miseria algunos intentamos conservarnos incurables, mientras que otros están más curados que un jamón de pata negra. La demanda del público lo facilita: la mayor parte de las quejas habidas por el aburguesamiento de los intelectuales suenan a lo que decía la beata de la parroquia cuando el sacerdote se puso clergyman o, caso extremo, cuando colgó los hábitos y se fugó con la asistenta social.

El vicio clerical de mi gremio se nota en todo: en los mil distingos a la hora de oponerse al impuesto religioso y en la prontitud jacarandosa con que se acude en defensa de algún teólogo progresista (perdonen el anacoluto) deseabalgado por la jerarquia eclesiastica, en la santurronería populista de los nacionalismos (que en realidad no son ni siquiera independentistas, sino cismáticos) y en la. vocación de absoluto de cualquier crítica política honrada, etcétea. En el caso que nos ocupa, del famoso diezmo, a lo más que llegaron quienes procuraban singularizarse en su oposición (para que no fueran a ser confundidos con anticlericales de verdad) es a decir que no querían contribuir al mantenimiento de una Iglesia clasista, hipotecada al Opus, etcétera. Vamos, que si les llegan a preguntar si quieren dar parte de sus impuestos para la teología de la liberación, tan contentos! ¡Admirable penetración cívica de lo que significa pagar impuestos en un Estado supuestamente laico! Si el Gobierno quiere contentar a estos partidarios de la extrema unción, no tiene más que preguntar en el IRPF del año próximo si quieren dar su 0,5%. al clero de derechas o al clero de izquierdas. Todos quedarán conformes, harán vigorosa e ilustrada campaña y quizá hasta lleguen a salir con la lucha a la calle el domingo, por si les toca algo en la pedrea.

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