Desnudos tras el brezo

Alrededor de 200 personas acuden los fínes de semana a las zonas desnudistas de la Elipa y el Pilar

El complejo polideportivo de la Elipa dio el paso, decisivo en agosto, de 1986. Hasta entonces los trajes de: baño podían ser más o menos exagerados. Con la apertura de la primera zona desnudista pública en Madrid, varias docenas de personas prescindirían de ellos cada día. El éxito de la iniciativa ha animado al Instituto Madrileño de Deportes a abrir este verano el segundo solario de este tipo. En el Pilar. Tras las murallas de brezo, los cuerpos desnudos se mueven en un ambiente bien distinto al del resto de las instalaciones para bañistas.

En los dos recintos, la sensaión al entrar ...

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El complejo polideportivo de la Elipa dio el paso, decisivo en agosto, de 1986. Hasta entonces los trajes de: baño podían ser más o menos exagerados. Con la apertura de la primera zona desnudista pública en Madrid, varias docenas de personas prescindirían de ellos cada día. El éxito de la iniciativa ha animado al Instituto Madrileño de Deportes a abrir este verano el segundo solario de este tipo. En el Pilar. Tras las murallas de brezo, los cuerpos desnudos se mueven en un ambiente bien distinto al del resto de las instalaciones para bañistas.

En los dos recintos, la sensaión al entrar es de agobio, producida por las cercas que aíslan a los desnudistas de la mirada de menores, curiosos y defensores estrictos de la moral.Entre los huecos de la valla se asoma algún voyeurista vergonzoso o algún muchacho que busca satisfacciones carnales. No hay piscina. Apenas niños, y un 90% de las personas que acuden son hombres. Pequeños sauces y chopos completan el panorama.

El solario de la piscina de la Elipa, con 1.200 metros cuadrados, es un cerro con una capacidad para 240 personas. Entre semana da cabida a varias docenas de personas libres de ropa y tal vez de prejuicios. Los sábados y domingos, a partir de la una de la tarde, se hace difícil encontrar dos metros cuadrados libres para extender la toalla.

La mayoría de los desnudistas son hombres de entre 20 y 50 años.

Varios sesentones ávidos de ver pieles tersas que pasean y pasean entre la desnudez con la disculpa de mantenerse en una mínima fórma física. Alguna pandilla de jovenes quinceañeros que entran de mirones, pero que pronto salen defraudados. "Yo, que quería venir a ponerme la, vista gorda, mira qué plan". Su compañero de aventuras le contesta con desenfado: "Ni la vista ni nada se te pone gordo aquí".

Una chica entra con sus compañeros para demostrarles que es moderna y no tiene reparos ni complejos. Los grupos de amigos de ambos sexos, no se sabe muy bien por qué inercia, suelen siempre terminar hablando de las diferencias hombre-mujer. Algún matrimonio y algún grupo suelto de naturistas-ecologistas-pacifistas, completan la escena. Mucha tranquilidad. Uno come pacíficamente una manzana; otro, un yogur.

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La mayoría se unta con crema de zanahorias o aceites de coco para dorarse con brillo o acabar cuanto antes con las nalgas blancuzcas. A lo más que llega el jolgorio es a una pequeña batalla con los pulverizadores de agua traídos para refrescarse.

Constantes salidas para comprar un refresco o darse un chapuzón en la piscina del recinto recreativo, ya que las instalaciones de que dispone el solario se reducen a cuatro duchas y, una pequeña fuente para beber agua y calmar la sed. Alguien intenta ligar con alguien pidiéndole prestado el periódico o la crema bronceadora, o simplemente con un juego de miradas.

La zona desnudista del Pilar, rimbombantemente llamada playa, está menos habitada. Le falta rodaje. Mayor silencio aún, alguna mujer más. En los fines de semana, unas cincuenta personas descansan tumbadas al sol.

El dato facilitado por el Instituto Madrileño de Deportes de que en esta zona de 1.000 metros cuadrados caben hasta 200 personas parece exagerado, a la vista de cómo es el lugar: dos pequeños montículos con una especie de arroyo en medio, dos duchas y decoración con traviesas de las vías férreas.

Desde los dos recintos se oye el gentío al otro lado de la valla, los chapuzones y los gritos de los niños y de sus madres. Tumbado en la zona desnudista sólo se ve el cielo y el pirulí de Televisión Española desde la Elipa, y unas grúas desde el Pilar.

No acaban de convencer

Matías Rubio, gerente del Instituto Madrileño de Deportes, afirma que "estos espacios cerrados, con una ducha y una fuente, no me acaban de convencer urbanísticamente. Lo propio es que fueran más espaciosos". Su opinión es compartida por la mayoría de los usuarios. Calcula en 15 millones lo invertido en cada una de estas zonas y confiesa que por el momento no hay proyectos para instalar otras nuevas. "Las dos que hay no se llenan ni mucho menos. Sólo durante los fines de semana hay una ocupación importante. Habrá que estar atentos, de todos modos, a la evolución de la demanda". Tampoco existen planes para instalar piscina dentro de los recintos, como se especuló en el momento de la inauguración del solario de la Elipa.Miguel Cancio, profesor de sociología de la Universidad de Santiago y portavoz de la coordinadora ecologista-naturista radical, es de ideas claras: "El cuerpo no debe estar penalizado en ningún sentido, y esto de establecer separaciones tan escrupulosas entre desnudistas y el resto de bañistas no es sino una forma de segregación". Aun así, reconoce que la integración del desnudismo en los hábitos sociales debe producirse de una forma paulatina, y no de sopetón. "Lo que nunca debe entenderse", añade, "es como un acto de vanguardia".

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