Cartas al director

Infiernos

Con este título encabeza Rosa Montero un suelto en el periódico EL PAÍS que, con mis 76 años a cuestas, me da derecho a discrepar del mismo. Con todo respeto por su condición de fémina, como por su corazón abierto a la compasión, no tengo más remedio que discrepar, repito, porque en "el pecado se lleva la penitencía" o, como dijo Concepción Arenal, "odia el delito, pero compadece al delincuente"; pero esas deficiencias que pondera en las prisiones, como asimismo tanta suciedad y miserias, ¿no se las merecerán en su mayoría cuantos pululan dentro? Tendré que recordarle (con perdón...

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Con este título encabeza Rosa Montero un suelto en el periódico EL PAÍS que, con mis 76 años a cuestas, me da derecho a discrepar del mismo. Con todo respeto por su condición de fémina, como por su corazón abierto a la compasión, no tengo más remedio que discrepar, repito, porque en "el pecado se lleva la penitencía" o, como dijo Concepción Arenal, "odia el delito, pero compadece al delincuente"; pero esas deficiencias que pondera en las prisiones, como asimismo tanta suciedad y miserias, ¿no se las merecerán en su mayoría cuantos pululan dentro? Tendré que recordarle (con perdón) los años que pasamos en prisiones habilitadas para albergar a miles de hombres inocentes de todo cargo, a no ser el honor que tuvimos al luchar por la libertad de que ahora disfruta en su mayoría tanto delincuente?Se podrá borrar de nuestra memoria aquellas cárceles ínmundas que en dos baldosas de 20X20 centímetros de ancho por persona, con un jergón de paja en el suelo, sin comer -nada más lo que traían los familiares-, sin higiene de ninguna clase; no había asesinatos ni violaciones ni SIDA ni otras enfermedades repugnantes... Tan sólo el tifus exantemático, que hacía estragos en aquellos hombres dignos en su mayor parte, con la ilusión puesta en la libertad y la justicia -que aún hoy no se ha visto por ninguna parte- (pero esto es harina de otro costal) y que con todo aquel horror se fueron nuestros mejores años de juventud, por el solo hecho de ser condenados por auxilio a la rebelión. ¡Qué sarcasmo!-

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