Miguel Portilla

Un repique de campanas para el Papa

En las próximas horas, ante el santuario paraguayo de Caacupé, el Papa escuchará ante miles de enfervorizados fieles del departamento de La Cordillera y su obispo, Demetrio Aquino, los tañidos de su prodigiosa máquina de sonería. Y es posible que su constructor, el carrillonista cántabro Miguel Portilla, de 54 años, pueda conseguir lo que pretende: retratarse junto a Su Santidad después de que las campanas por él fundidas hace sólo unas semanas en los alrededores de Santander hayan interpretado las avemarías de Gounod y Schubert y el himno de la patrona de Caacupé en repique normal.

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En las próximas horas, ante el santuario paraguayo de Caacupé, el Papa escuchará ante miles de enfervorizados fieles del departamento de La Cordillera y su obispo, Demetrio Aquino, los tañidos de su prodigiosa máquina de sonería. Y es posible que su constructor, el carrillonista cántabro Miguel Portilla, de 54 años, pueda conseguir lo que pretende: retratarse junto a Su Santidad después de que las campanas por él fundidas hace sólo unas semanas en los alrededores de Santander hayan interpretado las avemarías de Gounod y Schubert y el himno de la patrona de Caacupé en repique normal.

Para asistir exclusivamente a esta ceremonia el artesano voló hace 15 días de Madrid a Asunción llevando consigo sus 14 campanas acordadas de 2.200 kilos de peso, previo pago de 560 pesetas por kilo el porte aéreo. A tiempo para montar el instrumento y ensayarlo debidamente antes de que el Papa llegara, tal y como había convenido con el obispo. "Si logro la foto, la colocaré aquí, en mi despacho, así de grande", había dicho en Muriedas (Cantabria). "Y ante su vista, ¿quién será el párroco que me discuta un presupuesto que yo le haga? Y no es que me queje, porque los curas todavía son serios y formales con las cuentas".Miguel Portilla tiene sobre su fundición de Muriedas, en los alrededores de Santander, compuesta de un horno de 4.000 kilos y un crisol de media tonelada, un despacho tan desordenado como puede esperarse de un hombre que se lo hace todo por sí mismo.

A lo largo de toda su vida asegura haber fundido miles de campanas, desempeñando un oficio que ejercieron antes que él ocho generaciones familiares. Pertenece al restringido club de los carrillonistas europeos, compuesto sólo por 14 colegas que anualmente celebran su pequeño congreso.

Se titula el único carrillonista español y manifiesta no tener competidor en Latinoamérica desde que, hace casi 30 años, estableciera una fundición en Bogotá, de la que surgieron miles de campanas en seis años, lo que le permitió abrirse un gran mercado en la zona. Sus campanas enriquecen hoy el culto de multitud de templos católicos y protestantes de Australia, Islandia, España y América. Su creación más aparatosa, una pieza de 4.500 kilos con 1,82 metros de altura que deja oír sus tañidos en la catedral de Cartagena de Indias. Bajo los Iodos vomitados por el volcán Nevado del Ruiz, también en Colombia, yace la campana que tocaba a misa en la histórica iglesia de Armero, que llevaba su sello.

En la fundición familiar, su que hacer constituye hoy, por el primitivismo de las fórmulas, un rasgo vivo de la Edad Media. Pero desde hace cierto tiempo Miguel Portilla ha tenido que vérselas con el piano electrónico y el mando programable que acciona los martillos de sus campanas acordadas sobre la base de un microprocesador. Esto ocurre casi 200 años después de que sonara en El Escorial el primer carrillón que se escuchó en España y 500 desde que en Flandes comenzara a funcionar el primero de nuestra época. Claro, a base de un teclado manual y otro a pedales, no como estas campanas, que funcionan con pilas y que mediante una tecla lo tienen regulado todo: la salida, el circuito interno, la temporización del tañido, los intervalos y la definición de los martillos.

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