Editorial:

"Nihil obstat"

HOY Es normal que las grandes empresas tengan su gabinete de prensa y publiquen boletines para tener al corriente a los altos directivos de la imagen que proyecta la casa sobre el mercado y los posibles compradores del producto. Tratan de elevar el nivel de información interno y de ganarse la confianza de sus clientes. Algo muy parecido sucede con las publicaciones controladas por un partido político. Son medio de identificación con una ideología, pero, limitándose a reproducir la voz de su amo, no pueden aspirar a disfrutar de la credibilidad de la Prensa independiente.La Prensa católica ha l...

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HOY Es normal que las grandes empresas tengan su gabinete de prensa y publiquen boletines para tener al corriente a los altos directivos de la imagen que proyecta la casa sobre el mercado y los posibles compradores del producto. Tratan de elevar el nivel de información interno y de ganarse la confianza de sus clientes. Algo muy parecido sucede con las publicaciones controladas por un partido político. Son medio de identificación con una ideología, pero, limitándose a reproducir la voz de su amo, no pueden aspirar a disfrutar de la credibilidad de la Prensa independiente.La Prensa católica ha llegado en Italia, en Estados Unidos y en la República Federal de Alemania a romper el cerco de la subcultura clerical que domina aún en la Iglesia. Pero la oficialidad, el tono enfático con que se orquestan los discursos de la jerarquía, convierte a la mayoría de las publicaciones confesionales en un fenómeno irrelevante, ayuno de motivaciones culturales, dedicado a inflar los éxitos eclesiásticos y a enmascarar, con la indiferencia o el silencio, los errores propios de toda organización humana.

Ya en 1950 Pío XII habló de la necesidad de hacer "opinión pública" dentro de la Iglesia. Y Pablo VI, en la Comunión y progreso, habló de la Iglesia como un cuerpo vivo necesitado de la opinión pública, alimentada por el debate de los diversos miembros. "La opinión pública", afirmó, "es esencial para la Iglesia".

A esta exigencia trata de responder el manifiesto suscrito por los responsables de las publicaciones católicas más importantes: Il Regno y Jesus, de Italia; Herder Korrespondenz, de la República Federal de Alemania; Orientierung, de Suiza; Catholic New Times, de Canadá; National Catholic Reporter, de Estados Unidos, y Vida Nueva, de España, entre otras. El escrito se redactó el pasado mayo, y está dirigido a los responsables y participantes del sínodo de obispos que se celebra estas semanas en Roma.

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Puesto que se trata de reconocer la mayoría de edad de los laicos, según los testimonios eclesiásticos oficiales, es evidente y crucial que se reconozca primero la profesionalidad de los informadores religiosos. Como en todos los sistemas autoritarios, los miembros de una sociedad o asociación tienen que acudir a otros medios de información independientes para enterarse de lo que sucede dentro de su comunidad. Se sabe que los mismos obispos italianos son lectores asiduos del periódico laico La Repubblica más que del católico Avvenire. Éste es el gran desafío que viven los medios de comunicación de la Iglesia: no se puede influir en la opinión sin haber conquistado un mínimo de credibilidad, sin haber llegado a establecer una cierta relación de confianza con los lectores, sin tener el valor de afrontar el debate real, tanto interior como exterior a la comunidad católica. La credibilidad pertenece a la ética profesional que con tanto rigor exigen los obispos a la Prensa laica.

Nuestros colegas de los medios de comunicación de la Iglesia piden una libertad de expresión que no sólo es un derecho fundamental reconocido en las sociedades democráticas, sino algo que, a su juicio, ha sido reconocido oficial y teóricamente por la misma doctrina de la Iglesia. La censura, la sospecha y el miedo son absolutamente incompatibles con una prensa de opinión que, por otra parte, les está pidiendo la misma jerarquía. Los informadores religiosos, que hacen todo lo posible por explicar a sus lectores el debate que se lleva a cabo dentro del aula sinodal, experimentan estos días la gran decepción de una oficina de prensa que les cierra el paso a los textos y a las declaraciones de los obispos sinodales. El sínodo, que intenta reforzar la participación activa de los laicos, cierra férreamente sus puertas a la información y contribuye así a distanciar a la Iglesia de la cultura moderna. Carece de autoridad moral cualquier institución que refuerza su opacidad y se muestra incapaz de explicarse ante los hombres de nuestro tiempo.

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