Tribuna:

Sperman

Su útero era como un vaso modernista de cristal y tenía el cuello largo con adornos de plata helada que la sangre golpeaba. A su vez la simiente del novio estaba compuesta por 20 millones de espermatozoides de color rosa, verde y azul. Ambos acababan de hacer el amor a media tarde, pero ella no había sido aún fecundada. Cuando se levantó de la cama esta chica se fue a la calle llevando en el vientre varias constelaciones de células masculinas que pugnaban entre sí con la cabeza por alcanzar un ovario. Todas se hallaban ahora en la línea de partida con idénticas posibilidades de éxito, aunque a...

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Su útero era como un vaso modernista de cristal y tenía el cuello largo con adornos de plata helada que la sangre golpeaba. A su vez la simiente del novio estaba compuesta por 20 millones de espermatozoides de color rosa, verde y azul. Ambos acababan de hacer el amor a media tarde, pero ella no había sido aún fecundada. Cuando se levantó de la cama esta chica se fue a la calle llevando en el vientre varias constelaciones de células masculinas que pugnaban entre sí con la cabeza por alcanzar un ovario. Todas se hallaban ahora en la línea de partida con idénticas posibilidades de éxito, aunque al final sólo la más brava saldría victoriosa. Aquella simple eyaculación habría bastado para poblar un extenso país si cada espermatozoide hubiera conquistado un óvulo dorado donde anidar. En el laberinto de carne, peleando duramente por existir, la muchacha transportaba futuros obispos y proxenetas, coroneles, obreros y científicos, una cantidad algebraica de asesinos, artistas, capataces y mucha morralla de uno y otro género, proyectos o larvas de todos los ejemplares humanos que constituyen la sociedad.La fecundación se realizó en el crepúsculo, mientras la chica tomaba un refresco de menta en el bar. Aquel espermatozoide se había comportado con suma fiereza durante la escalada y en ese instante se encontraba ya arrastrando a un óvulo por el cuello del útero con ribetes de plata, y al caer unidos en el fondo del vaso sonó una nota de cristal, a modo de diapasón, que inició una melodía de Scarlatti. El óvulo de oro y el espermatozoide azul bailaban y sus pasos de minué arrancaban de las paredes del recipiente modernista notas purísimas de clavecín. Todo hacía presagiar que esa hermosa danza engendraría a un ser lleno de fuerza o de belleza. Nueve meses después nació un niño que con el tiempo llegaría a doctorarse de peón de albañil. En vida fue siempre un pobre subordinado. Nadie lo hubiera dicho, ya que en la concepción libró una brillante batalla contra 20 millones de adversarios. Salió triunfador y no le sirvió de nada.

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