Tribuna:

Cifras

La idea de que la situación económica es buena, incluso muy buena, y puede llegar a ser mejor, está extendiendo un grado de excitación social comparable a las atracciones de la carne. Algo, especialmente palpable para grupos de nacionales o extranjeros pero fácilmente inteligible para todos, hace sentir que la coyuntura ha llegado a un punto dulce que puede abrir facilidades de placer hasta hace poco inusitadas.Desde los ambientes bursátiles hasta los inmobiliarios ha cundido la creencia de que la economía española tiende hacia una formidable morbidez. Un grado de sazón, además, que no obedece...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

La idea de que la situación económica es buena, incluso muy buena, y puede llegar a ser mejor, está extendiendo un grado de excitación social comparable a las atracciones de la carne. Algo, especialmente palpable para grupos de nacionales o extranjeros pero fácilmente inteligible para todos, hace sentir que la coyuntura ha llegado a un punto dulce que puede abrir facilidades de placer hasta hace poco inusitadas.Desde los ambientes bursátiles hasta los inmobiliarios ha cundido la creencia de que la economía española tiende hacia una formidable morbidez. Un grado de sazón, además, que no obedece ya al precario designio de Dios o del azar, sino a una ajustada deducción científica o a una consistente consecuencia de la biología material española.

Puede decirse, por tanto, que, a diferencia de los años sesenta, en que el crecimiento, por su misma celeridad y polvareda, parecía materia derivada de los milagros rurales o del mismo Franco, ahora posee la elegancia de una expansión sexual y laica. Como si el tórax de un modelo de pasarela se ensanchara.

Nunca el aire del erotismo se inmiscuyó tanto en el índice de precios, las tasas de inflación y los resultados de las sesiones de bolsa. Pero, efectivamente, en los veinte años que van desde aquella célebre expansión que cubrió los sesenta hasta hoy, el éxito económico ha sido tan profusamente traducido en sexualidad que ha llegado a ser indiscernible. En la sintaxis publicitaria, los signos de status masculino se han enlazado con una perseverancia tal al cuerpo de una mujer que proclaman ya la disolución de la frontera entre los datos del amor y la fortuna.

Basta escuchar el lenguaje corporal de los expertos. Sus referencias a las ocasiones de inversión, sus narraciones sobre grandes rendimientos y operaciones financieras exponen una emoción en la que, invariablemente, el interlocutor ve brillar el cuerpo de una amante satinada y tendida sobre unas sábanas de seda. O cualquier otra cifra por el estilo.

Archivado En