Tribuna:

Combate

En Denia, todos los días, desde casa, veo los barcos que zarpan rumbo a Ibiza con la cubierta repleta de jóvenes pasajeros. A veces, con el catalejo acerco sus rostros hasta la barda del jardín, y entonces descubro en ellos cierta ansiedad bélica, ese ardor que precede a la batalla. Parecen guerreros incoados por el alcohol. Parten feroces hacia ese extraño combate cuerpo a cuerpo que se desarrolla en la isla y todos llevan un sueño en la cabeza. Los barcos cargados de carne aún ilesa se deslizan con, majestad en el puerto antes de ganar la bocana. El placer se halla a tres horas de navegación...

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En Denia, todos los días, desde casa, veo los barcos que zarpan rumbo a Ibiza con la cubierta repleta de jóvenes pasajeros. A veces, con el catalejo acerco sus rostros hasta la barda del jardín, y entonces descubro en ellos cierta ansiedad bélica, ese ardor que precede a la batalla. Parecen guerreros incoados por el alcohol. Parten feroces hacia ese extraño combate cuerpo a cuerpo que se desarrolla en la isla y todos llevan un sueño en la cabeza. Los barcos cargados de carne aún ilesa se deslizan con, majestad en el puerto antes de ganar la bocana. El placer se halla a tres horas de navegación, y durante la travesía, cada viajero o soldado formula en secreto, con el belfo tembloroso, un pacto de honor consigo mismo: no regresar sin haber logrado ser feliz. Cuando se produce el desembarco en la isla, una furia sensual invade el organismo de estos guerreros hasta la mucosa más íntima, y al instante comienza la lucha. Se trata de capturar otro cuerpo macho o hembra para devorarlo con suma rapidez, de sacudirse el yo a cualquier precio. Algunos lo consiguen. Pero, en general, sólo el deseo permanece erguido con violencia como un sable carnoso que resplandece bajo el sol del Mediterráneo, y al final todo queda en un solitario homenaje a Onan a la luz de la luna.Por la tarde, desde casa contemplo a lo lejos los barcos que vuelven de Ibiza con la cubierta repleta de jóvenes combatientes. En su mayor parte regresan desarmados después de haber realizado una frenética parodia de felicidad. Sólo unos pocos traen en el rostro el signo de la victoria. Sin duda, Dionisios les ha regalado una rosca y ellos se la han comido contra una refulgente pared encalada que en adelante sustituirá a la memoria. El resto lleva la piel herida por el fuego de una refriega salvaje. Pero nadie viaja a Ibiza con impunidad. Vencedores y vencidos desembarcan en Denia. Se desparraman por tierra y septiembre los engulle. Todos han conquistado al menos su propio cuerpo y ya nunca serán abandonados por aquel sueño de libertad que les cegó despiadadamente.

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