Editorial:

Los efectos del terror

AL MARGEN de las polémicas que sectores oficiales han desatado sobre las características y designación de la nuca, cabeza y cuello, con motivo de los sucesos de Pasajes, y lejos de las manipulaciones de la información televisiva, la agencia oficial de noticias y la Prensa de la caverna, merece la pena una reflexión de fondo sobre los efectos añadidos del empleo del terror y la violencia política. No es sólo la dramática pérdida de vidas humanas, la acumulación de chantajes y extorsiones, la multiplicación de torturas lo que los profesionales del terror generan. También, y muy principalmente, e...

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AL MARGEN de las polémicas que sectores oficiales han desatado sobre las características y designación de la nuca, cabeza y cuello, con motivo de los sucesos de Pasajes, y lejos de las manipulaciones de la información televisiva, la agencia oficial de noticias y la Prensa de la caverna, merece la pena una reflexión de fondo sobre los efectos añadidos del empleo del terror y la violencia política. No es sólo la dramática pérdida de vidas humanas, la acumulación de chantajes y extorsiones, la multiplicación de torturas lo que los profesionales del terror generan. También, y muy principalmente, esta sucesión de hechos contribuye a minar la credibilidad social en las instituciones. Hemos asistido en los días pasados a una concatenación de despropósitos. Gobierno, jueces y Prensa se han visto en vueltos en una maraña de acusaciones mutuas, insultos y descalificaciones, edificados sobre la agresión indiscriminada y cruel del terrorismo. Nadie ha salido beneficiado de ello, sino los propios terroristas. La suposición, que han hecho pública sectores gubernamentales, de que la judicatura y los medios de comunicación no apoyan socialmente la lucha contra ETA no resiste un análisis mínimamente honesto. Pero por lo mismo es más preocupante aún: seguramente ese rosario de apresuradas declaraciones en apoyo de las fuerzas del orden se debe a un nerviosismo observado en éstas ante la persistente actividad terrorista de ETA. Todavía reciente el atentado de Barcelona -que pone una vez más, sangrientamente, de relieve que las víctimas de ETA somos todos, y anula las interpretaciones interesadas que tratan de agitar al golpismo en nombre de los mártires-, los terroristas han multiplicado sus acciones contra la Guardia Civilen el propio País Vasco. Es lógico, y es necesario, que la policía se sienta amparada por la opinión pública en la lucha contra ese cáncer de violencia y bandidaje que amenaza a nuestra democracia. Eso no quiere decir -en contra de lo que algunos sugieren- que se amparen también, o se oculten, sus errores o sus excesos, sino que la denuncia de éstos sea interpretada como lo que es: el señalamiento de hechos excepcionales, explicados, aunque no justificados, por la tensión a que las fuerzas de seguridad se ven sometidas. Esa misma tensión atañe también a jueces y periodistas, para no hablar del Gobierno; y tampoco justificaría que abdicaran de sus responsabilidades sociales y profesionales. Todos necesitan, necesitamos, hacer un esfuerzo de integración. La rectificación hecha por el presidente del Gobierno en la valoración del correcto comportamiento del juez Piqueras -uno de los protagonistas del caso de Pasajes- es un ejemplo a seguir que no debe pasar inadvertido.La vieja polémica sobre si se puede combatir la democracia mediante métodos no democráticos está ya superada: caer en trampa semejante sería equivalente a un suicidio. España cuenta con una policía democrática, no sólo en su estatuto de funcionamiento, sino en el origen de sus integrantes. Los guardias víctimas de ETA son jóvenes de veinte y veintidós años, imposibles de ser tachados de torturadores franquistas, cuando eran unos niños durante la dictadura y cuando se han incorporado a sus tareas en pleno despertar de la libertad. La Guardia Civil, el Ejército y la policía merecen el reconocimiento explícito y el aplauso de la sociedad española por su esfuerzo -pagado en sangre- en el mantenimiento de la normalidad democrática frente a la continuada ofensiva del terror. Los ciudadanos, por su parte, merecen también que sus dirigentes, de cualquier tipo que sean, no sucumban a la confusión dialéctica en la que nos hemos visto envueltos en los últimos días. Agosto puede ser buen mes para meditar. No es preciso a estas alturas el señalamiento de culpas o de errores, pues son a un tiempo tan evidentes como contradictorios, según quien los determine. Es tiempo, en cambio, de solidaridad frente a la amenaza de corrupciones varias que la violencia de ETA ha inoculado en nuestro cuerpo social. Los efectos destructivos del terrorismo van más allá de los daños físicos de sus explosiones, bombas y ametrallamientos. Pero estén seguros quienes más directamente se encuentran implicados en la lucha activa contra tanta barbarie de que no les ha de faltar el aliento y la gratitud de la sociedad española.

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