Tribuna:

Redonda

Acabo de regresar de la India, que es una tierra de fascinación honda y antigua, con 800 millones de habitantes y 400 millones de miserables. Y la miseria en el Tercer Mundo es una penuria colosal, más allá de descripciones y adjetivos. Dos tercios de la Humanidad están así, atrapados en semejante malvivir. A los ciudadanos del llamado primer mundo nos corresponde cada día una porción mayor de moribundos.El concepto Tercer Mundo fue acuñado hace 30 años por Nehru, Nasser y demás líderes de los países no alineados, como definición de un espacio político al margen de Rusia y Nortea...

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Acabo de regresar de la India, que es una tierra de fascinación honda y antigua, con 800 millones de habitantes y 400 millones de miserables. Y la miseria en el Tercer Mundo es una penuria colosal, más allá de descripciones y adjetivos. Dos tercios de la Humanidad están así, atrapados en semejante malvivir. A los ciudadanos del llamado primer mundo nos corresponde cada día una porción mayor de moribundos.El concepto Tercer Mundo fue acuñado hace 30 años por Nehru, Nasser y demás líderes de los países no alineados, como definición de un espacio político al margen de Rusia y Norteamérica. Ahora les llamamos eufemísticamente "países en vías de desarrollo", y contemplamos cómo se subdesarrollan y aniquilan: es un deterioro insostenible. Hace años, cuando se hablaba de la depauperación del Tercer Mundo, estaba de moda contestar que más valía preocuparse de los pobres de tu propio país; o bien, que semejante situación no se arreglaba con dinero, sino con una revolución por todo lo alto. Eran argumentos que clausuraban el tema y dejaban el ánimo aliviado, aunque luego no movieras un dedo por lograr tan grandiosa revolución y ni siquiera prestaras una pizca de atención a tus pobres patrios. Pero hoy ya no cabe una actitud así. Hoy el alcance masivo de la televisión y la facilidad para viajar están achicando el mundo y convirtiéndolo en un espacio común y compartido. Ahora empezamos a comprender que los miserables de Etiopía son tan nuestros como los pobres nacionales; y que tirar los alimentos sobrantes del Mercado Común es simplemente un crimen. Unas pocas horas de avión separan nuestro confort de los parásitos, las aguas putrefactas, el analfabetismo; de una realidad desesperada. Vivimos en el umbral de una nueva conciencia colectiva, y así como exigimos de los gobernantes cierta sensibilidad feminista o ecológica, también habrá que reclamarles fondos de ayuda para el Tercer Mundo y una política libre de explotación. Porque el hambre de los demás es cosa propia: la Tierra es al fin una y redonda.

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