Tribuna:

Un poco de Gorbachov

¿Qué es la reforma? ¿Qué es la transparencia? Los comentarios que se nos han servido han ido desde el descaro de Kissinger hasta las tímidas esperanzas del disidente moderado Medvevev. En medio, tremendismos como los de la Heller. No ha faltado tampoco información superficial sobre la manera de vestir de Raisa Gorbachova o la puntual puesta en escena de la liberación de un disidente.Más dificil, sin embargo, ha sido oír un comentario verdaderamente interesado por lo que pueda ocurrir en la URSS y el significado que ello tiene para nosotros. Pocas o ninguna voz se han pronu...

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¿Qué es la reforma? ¿Qué es la transparencia? Los comentarios que se nos han servido han ido desde el descaro de Kissinger hasta las tímidas esperanzas del disidente moderado Medvevev. En medio, tremendismos como los de la Heller. No ha faltado tampoco información superficial sobre la manera de vestir de Raisa Gorbachova o la puntual puesta en escena de la liberación de un disidente.Más dificil, sin embargo, ha sido oír un comentario verdaderamente interesado por lo que pueda ocurrir en la URSS y el significado que ello tiene para nosotros. Pocas o ninguna voz se han pronunciado contrastando los movimientos de ese país con nuestra inercia o estabilidad.

Es en parte comprensible, ya que seguimos invadidos por una literatura apocalíptica en la que se nos muestra cómo el imperio soviético se supramilitariza para arrasarnos velozmente. Tales antisoviéticos nos abruman con cifras, nos sacuden ante nuestra debilidad de imaginación y voluntad. Algo horrendo se prepara al otro lado de los Urales, y sólo rompiendo la indiferencia evitaríamos no sólo la decadencia, sino la simple aniquilación.

Es curioso, sin embargo, que en algunos análisis serios, como podría ser el del propio Castoriadis, se deslizan errores que oscilan entre la ingenuidad y el cinismo. Así, mientras se nos advierte que cantidades inmensas de misiles y divisiones apuntan a un Occidente sin voluntad de defensa y casi inmerso en una quintacolumna, se olvida (cosa que bien recordaba Smith en un libro menos divulgado por más radical e incómodo) que uno de los principios de la crítica occidental al sistema soviético es éste: que la sociedad comunista no es tal, y sólo obedece por la fuerza al poder, de forma que en una situación de guerra allí todo sería una gran quintacolumna. Una cierta ridiculez asoma en el apocalipsis.

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Pero es que además, desde la perspectiva de tales análisis no cabía una figura como la de Gorbachov, figura que es síntoma de una sociedad no satisfecha, autocrítica, buscando otras formas de expresión artísticas y políticas, mirando a la cara su pasado y empeñada en hacer propuesta tras propuesta de paz. Sólo una perversa contraargumentación podría reducir todo esto a perversidad oriental.

Pero por encima de todo, tendría interés extraer de nuestras latitudes dos posturas más. o menos genéricas y trasunto de la ideología oficial, que presiden cualquier juicio sobre lo que ocurre en la URSS.

La primera es la señalada anteriormente y que interpreta los acontecimientos como astucia o respiro que se toma un enemigo a quien nunca hay que creer. El disidente tolerado no haría sino demostrar el cinismo del sistema (así, A. Heller no encuentra mejor definición para Janos Kadar que la de cínico por haber ampliado las posibilidades de disensión de Hungría). En estos supuestos análisis habría que notar otra vez cierto amor por la paradoja: después de exigir libertad para todos (subrayo, todos, porque para todos no se suele pedir en Occidente) los opositores del régimen, se denuncia tal liberación como juego sucio.

Más interés tiene la otra actitud, que, por extendida y con aparente mejor conciencia, puede pasar inadvertida en su alcance. Podríamos llamarla mesuradamente optimista. Opinaría de la siguiente forma: con un poco más de libertad (es decir, no sólo con aquello que valga para apuntalar el sistema y reciclarlo) y en un proceso continuo, los países comunistas se colocarían en el sano camino de transición que lleva de la dictadura a la democracia. No se cree que esto vaya a tener lugar inmediatamente, ni siquiera a medio plazo, pero es una satisfacción ver cómo se dan en esa dirección algunos pasos.

En esta segunda postura se hace presente una especie de alivio que, a modo de terapia contra una conciencia más despierta, podría expresarse así: las cosas pueden empezar a irles mejor porque comienzan a parecerse a nosotros. De esta manera, el signo Gorbachov no sería sino un argumento añadido a las bondades de nuestros sistemas.

Si queremos concretar aún más la citada ideología, fijémonos en ese juicio defintivo con el que suelen darse por concluidos los comentarios sobre la posible liberalización en el mundo de la URSS. Allí se podría ahora decir más que antes, pero no se puede decir todo. Con lo cual se supone que nosotros podemos decir -y se sobreentiende hacer- todo.

Llama la atención lo poco exigente que es esa extendidísima creencia, puesto que si algo es claro en nuestros sistemas sociales, en los que la superioridad no se pondría en duda, es que nunca se puede decir todo. "No hay sociedad sin ámbito de lo inefable", escribía hace poco un ideólogo del socialismo español. Más aún., si se permite que se diga más de lo que se dice en otros sistemas es con tal de que eso que se dice no se haga nunca.

Nosotros no podemos decir todo porque la democracia se concibe como algo insuperable, luego todo lo que vaya más allá (y ya se encargará quien mande de indicarnos que cualquier cosa va más allá) es rechazable. Y no se diga que aquí ocurre como con la libertad, que es insuperable sin ser por eso un defecto: en una democracia. como punto final sólo se tolera una forma política frente a las posibles manifestaciones de la libertad.

No podemos decirlo todo porque si un Gobierno, en un momento dado (y siempre hay un momento determinado), considera que algo afecta esencialmente a la estabilidad estatal, entonces quien se atreva a disentir no sólo será sepultado en una minoría que ha de soportar más iras que derechos, sino que será perseguido con los sutiles modos de la libertad formal.

No se puede decir todo porque cuando hay temas intocables, supuestos tácitos cuasisagrados, zonas tórridas a las que no hay que acercarse porque el peligro es de muerte (esa ley no escrita, que ejerce inexorablemente su dominio), entonces se establece entre los ciudadanos un Juego de censuras y autocensuras de mentiras organizadas, de silencios decisivos y deseos olvidados que poco tienen que ver con las teóricas bondades sobre la libre circulación de las ideas.

Alguien podría, ciertamente, objetar que ya es un valor insustituible de las democracias formales; el que todo esto se pueda decir, incluido lo que estoy escribiendo ahora mismo. Sólo que esta argumentación, si no es falaz, sí es demasiado débil como para tomarla muy en serio. Y es proclive a la Ilusión si genera por sí misma la idea de que así se da un paso gigantesco hacia la libertad. Porque si puedo decir lo que quiero (o señalar que no puedo decir lo que quiero) con tal de que nunca lo haga, estoy expresando sin duda un deseo que, en cuanto expresado, tiene ya un valor. Pero un valor psicológico y mucho menos político de lo que se cree. Sobre todo si induce, como ocurre, a ilusiones adicionales.

Se confundirá quien crea que con lo dicho estamos defendiendo de manera cerrada a Gorbachov o a quien sea. Los que desde hace mucho tiempo hemos criticado no sólo al marxismo real, sino también al ideal (no es lo mismo una crítica libertaria que una crítica reaccionaria) no tenernos que hacer prolegómenos de distanciamiento.

Pero sí nos interesan el socialismo y la energía que le pertenece. En el destino de ese socialismo vemos parte de nuestro destino. Y no creemos que éste mejore mucho si se pasa de Gorbachov, como signo y síntoma, a Reagan, como signo y síntoma. Y sobre todo, Gorbachov puede ser otro signo más importante aún: el que nos lleve a autocriticar las deficiencias, más que accidentales, de nuestros sistemas, más llenos de soberbia que de sabiduría.

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