Editorial:

Décadas del 'rock'

COMO OTRAS formas de expresión popular nacidas al margen de la cultura oficial, el rock ha tardado en adquirir carta de legitimidad. En sus inicios fue vituperado, despreciado y atacado por lo que allí había de ruido, arrogancia y rebelión; otros no vieron más que un caso flagrante de manipulación del público juvenil por parte de la industria del entretenimiento. En todo caso, decían voces graves, no puede durar. Sin embargo, a pesar de los abundantes anuncios de su próxima muerte, sigue formando parte del fondo sonoro de nuestras vidas.Las crónicas de la evolución y desarrollo de la mú...

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COMO OTRAS formas de expresión popular nacidas al margen de la cultura oficial, el rock ha tardado en adquirir carta de legitimidad. En sus inicios fue vituperado, despreciado y atacado por lo que allí había de ruido, arrogancia y rebelión; otros no vieron más que un caso flagrante de manipulación del público juvenil por parte de la industria del entretenimiento. En todo caso, decían voces graves, no puede durar. Sin embargo, a pesar de los abundantes anuncios de su próxima muerte, sigue formando parte del fondo sonoro de nuestras vidas.Las crónicas de la evolución y desarrollo de la música rock suelen estar envueltas en un aroma épico, casi inevitable cuando se trata de enfrentarse a un fenómeno que ha sufrido tantos avatares. Nacido en Estados Unidos, se ha convertido en un lenguaje internacional por el que amplios sectores de jóvenes -y no tan jóvenes- pueden hacerse oír, representar su realidad e interpretar el mundo que les rodea.

Sujeto a las presiones del mercado, a los manejos de artistas y comerciantes poco escrupulosos, el rock camina por la cuerda floja y, con demasiada frecuencia, suele caer en el vacío de la vulgaridad, la explotación de fórmulas facilonas y el imperio de la mercadotecnia. A pesar de todo, posee una envidiable vitalidad que le permite adaptarse a las transformaciones económicas, políticas, tecnológicas y demográficas de un mundo que, convertido en aldea global por obra de los medios de comunicación, necesita ese pulso rítmico, ese saludable desaflio, ese canal abierto a espíritus inquietos.

En sus treinta y pocos años, el rock ha demostrado una camaleónica habilidad para renovar su vocabulario, resolver sus contradicciones y explorar sus posibilidades. Puede ser primitivo o refinado, conformista o audaz, sensual o adusto, trivial o perspicaz, inspirador o alienante, denso o ligero, optimista o desesperado. Sus apologistas gustan de describirlo como la música de nuestro tiempo; en realidad, se trata de uno más entre los sonidos que conviven en la segunda mitad del siglo XX. Pero nadie podría negar su dinamismo, su deslumbrante variedad estilística, su capacidad de fascinación, su carácter de termómetro del cambio social. Ésos son sus (nada desdeñables) poderes.

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Casi cuatro décadas después de su nacimiento, mirar la historia del rock es como mirar la historia de todos nosotros. Eso es lo que pretende hacer, durante un año completo, EL PAÍS Semanal, que en el suplemento que se distribuye este fin de semana comienza la publicación de una Historia del 'rock' que busca en ese fenómeno algunas de las claves fundamentales de la cultura de nuestro tiempo.

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