Tribuna:

Santos

Dos grandes exposiciones de dos grandes pintores españoles están abiertas en dos grandes museos de Madrid. Seguro que adivinan de qué pintores se trata. Excluyan a Dalí, y de inmediato, acertarán que los protagonistas son Miró y Picasso.La organización actúa con la misma inspiración que el concurso Todo queda en casa. Ni una pizca de sorpresa más a las noticias cultas que se aprenden en un taxi. Prácticamente todos los prestigiosos acontecimientos pictóricos de estos años -con vallas publicitarias y colas incluídas- deben atribuirse a ese trío de pintores que se repiten como una pesadil...

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Dos grandes exposiciones de dos grandes pintores españoles están abiertas en dos grandes museos de Madrid. Seguro que adivinan de qué pintores se trata. Excluyan a Dalí, y de inmediato, acertarán que los protagonistas son Miró y Picasso.La organización actúa con la misma inspiración que el concurso Todo queda en casa. Ni una pizca de sorpresa más a las noticias cultas que se aprenden en un taxi. Prácticamente todos los prestigiosos acontecimientos pictóricos de estos años -con vallas publicitarias y colas incluídas- deben atribuirse a ese trío de pintores que se repiten como una pesadilla feroz: Picasso, Dalí y Miré. Pero también Dalí a solas y Picasso a solas. Presentados en combinaciones de dos o tres, permutados en series temporales de elementos varios. Si la realidad de la plástica española se correspondiera con estas efemérides, la totalidad de la población sería totalmente culta. Picasso, Dalí y Miró; y más allá todo es morralla. Aquello que ardorosamente enfatiza la pedagoga mano oficial son estos nombres, transmutados de artistas en santos y de pintores en demiurgos.

Con cierta distancia, el recurso a la sacralización por repetición es el mismo que las administraciones de los países del socialismo real emplean con los supremos líderes ideológicos. Marx, Lenin y el secretario general del partido forman el trío que preside la referencia de la calle, la escuela o la alcoba. Y la consecuencia popular es, por tanto, la abulia política y el hastío. Además del descrédito para quienes, sin sentido de la paciencia ciudadana, no muestran otra clase de distracción.

Sucede en este asunto de la pintura elevada a sacramento como con el de la literatura del 27, que denunció Vicent. A cualquiera de estos pintores, como a cualquiera de aquellos autores, se le podría amar libre e individualmente. A ninguno de ellos, sin embargo, se le puede soportar como grandioso héroe y eviterno padre del todo. Picasso y Miró otra vez en el banquete. La indigestión se confunde ya con el hastío.

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