Tribuna:

Sinatra

Después de todo, nuestra generación tenía derecho a disfrutar tranquilamente de una tercera guerra mundial, según estaba programado. Nos habían puesto los dientes largos con tantas promesas. Grandes hongos nucleares de color salmón se elevarán en el horizonte y, habrá una apoteosis de fuego en las esferas, y la explosión de cada bomba, aunque se produzca en otro hemisferio, vibrará en la intimidad de vuestras vísceras como hacen los timbales de una orquesta, y las tinieblas del firmamento se llenarán de chasquidos electrónicos, y la humanidad entera agitará los brazos gritando. Nos habían prom...

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Después de todo, nuestra generación tenía derecho a disfrutar tranquilamente de una tercera guerra mundial, según estaba programado. Nos habían puesto los dientes largos con tantas promesas. Grandes hongos nucleares de color salmón se elevarán en el horizonte y, habrá una apoteosis de fuego en las esferas, y la explosión de cada bomba, aunque se produzca en otro hemisferio, vibrará en la intimidad de vuestras vísceras como hacen los timbales de una orquesta, y las tinieblas del firmamento se llenarán de chasquidos electrónicos, y la humanidad entera agitará los brazos gritando. Nos habían prometido una entrada para este concierto de rock, el más duro de todos los tiempos. Nuestra generación estaba preparada para llevar una vida radiactiva, pero una vez más nos han engañado. La tercera guerra mundial ha comenzado ya. Se trata de un espectáculo marginal, de una pequeña fiesta fétida; las grandes potencias echan diariamente varios misiles a la basura y en cambio usted puede saltar por los aires en un restaurante o en una sinagoga mientras devora una ración de cerdo o implora el favor de Gehová.Lo peor del terrorismo es la humillación a que se nos somete. Pudiendo perecer colectivamente bajo un fastuoso apocalipsis, hay que morir todavía uno a uno mediante artefactos caseros fabricados con tornillos. La última gran guerra ha comenzado. Un ejército de soldados invisibles y sin esperanza ceba con explosivos las discotecas, las guarderías, los grandes almacenes, los asadores de chuletas. El frente, como siempre, está en Europa, y hasta aquí ha venido Frank Sinatra, a cantar. Los norteamericanos nos mandan siempre lo mejor que tienen: la VI Flota y una vieja voz de terciopelo. Sinatra no ha llegado a Europa sólo para cobrar y ser adorado. Este abuelo modernísimo, cuya garganta es de oro y el tabique nasal de platino, ha sido mandado al frente de batalla para levantarnos la moral. Mientras estallan los coches bomba y la dinamita revienta a niños de ojos azules en el supermercado, la voz de Sinatra suena en la noche. Qué dulce melodía sincopada con lejanos sonidos de explosiones.

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