Tribuna:

El español y 'las niñas'

FRANCISCO UMBRALLa última generación española oficialmente putañera fue la de la guerra / El español ha mantenido históricamente la superstición de la puta / Las gomas vuelven a estar de actualidad para triplar con el SIDA / Camilo José Cela se sabía todas las tarifas de las izas madrileñas de antes de la guerra / La puta solariega ni sabe por dónde cae Nicaragua.

La última generación española oficialmente putañera fue la de la guerra, en ambos bandos. Luego desapareció -o más bien se desvió- el noble uso, y no sólo eso, sino que incluso desaparecieron las meretrices, clásicas y barrocas, para transfigurarse en chicas de alterne, chicas de barra, señoritas de strip-tease, taxi-girls o masajistas tailandesas de provincias.Pero las casas de lenocinio como conventos no han vuelto a ser lo que eran. Las señoritas putas, allí, hacían una vida de reclusas de alguna devoción, tenían horas, sus ritos, sus lavajes, sus juegos comunes e inocentes, y eran c...

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La última generación española oficialmente putañera fue la de la guerra, en ambos bandos. Luego desapareció -o más bien se desvió- el noble uso, y no sólo eso, sino que incluso desaparecieron las meretrices, clásicas y barrocas, para transfigurarse en chicas de alterne, chicas de barra, señoritas de strip-tease, taxi-girls o masajistas tailandesas de provincias.Pero las casas de lenocinio como conventos no han vuelto a ser lo que eran. Las señoritas putas, allí, hacían una vida de reclusas de alguna devoción, tenían horas, sus ritos, sus lavajes, sus juegos comunes e inocentes, y eran como unas niñas atroces abandonadas en el hospicio del lupanar por sus hijas de once años, que estaban de internas y burguesas, haciéndose unas damas, en las Jesuitinas o las pastorinas.

En los años cincuenta, la Unesco le dijo a Franco al oído que un Estado confesional no podía estar cobrando impuesto de las putas, y entonces se sellaron las mancebías y se les puso a todas, las chicas a fregar la Renfe. La que no quería fregar la Renfe, se lo montó a su aire y por su cuenta, con más libertad y beneficios que antes, menos higiene y mucho plexiglás. La meretriz recobró un último prestigio cuando Sartre la definió como "respetuosa". Respetuosa con los valores feudales que la aherrojan, claro. Pero hoy sólo se lee a Sartre en bolsillo y ser puta, que fue mucho, ya no es nada. Hay que ser cabecita loca, boquita pintada, corazón solitario, travesti o argentina. La prostituta nacional y agraria es una ramera a la que se le han muerto de amor los ramos, como se le muñeron en los pechos a la Belisa de Federico.

El español ha practicado y mantenido, desde la Edad feudal por lo menos, el culto y la superstición de la zorra, el irracionalismo de la puta, que es la mujer que guarda los secretos antiguos y los misterios gozosos del cuerpo, del sexo. Parecía que las meretrices sabían más que los demás, pero, luego, todo era una decepción de afanes fingidos, de misterios gloriosos que no llegaban a otra Gloria que la del techo sórdido de zaquizamí, de cansancio, tristeza, hastío y lavajes sobre la marcha. La verdad española, la verdad femenina universal es que la española decente, o que no cobra (al menos en el acto), la casada de Fray Luis y toda la cofradía de la pierna quebrada son lujuriosas como ermitañas, de Melibea a Madame Bovary.

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Lo que pasa es que hay que darles ocasión, oportunidad, cancha sexual, y el matrimonio no es precisamente una cancha, sino un largo pasillo como un intestino, que lleva a la cocina. En cuanto la santa esposa (generalizo y hablo de excepciones, claro) se convierte en amante, sus ignorancias desganadas se truecan en sabidurías e inmanencias. El erotismo, pues,no es histórico y cultural, sino inmanente y natural. No hay más que soltar la fiera. Pero el español, naturalmente, no quiere fundar una familia sobre una fiera, y entonces ha decidido que la esposa es la tonta y que la otra / la otra es la lista.

Todas las mujeres son listas, hermanos, cuando les divierte la asignatura. El mito egipcio y como oriental de la puta, pues no tiene mayor realidad que otros mitos. Putas de San Martín y Santa Clara, Valladolid, de la calle de los Moros y la calle Padilla, la "Formalita", la "Doña Nati", la "Camioneta", la "Peseta", putas como de Astrana Marín, que estaban allí desde los tiempos de los Reyes Católicos; putas platerescas de Salamanca, con un mulatismo que no se sabe de dónde les viene, putas de los parques infantiles (ahora se habla mucho de la prostitución infantil), putas madrileñas de la Gran Vía, años veinte, las que recibían cocacina para traficar en ella y se la esnifaban toda las muy bestias, o de los años sesenta, todas hijas de notario, según ellas, o de ese triángulo mortal de las Bermudas que hacen las calles Barco / Ballesta / Desengaño, generalmente putas adolescentes y embarazadas, Jesús Torbado saca una muy lograda, la Cariátide, de una novela, más el establecimiento La Discreta, calle Jardines, tan cerca de Peligros, gomas, gomas que vuelven a estar de actualidad para triplar con el SIDA putas famosas de gran tarifa, con celestina franquista, pardillas de hoy mismo, que vienen directamente del pueblo a la plaza de don Jacinto Benavente y se ocupan, por poco dinero, estando recientes y candeales como están, en una casa de la calle Atocha. Más aquellas putas de seiscientos, la tarifa más la gasolina, amor, por el Parque del Oeste.

Cela se sabía todas las tarifas madrileñas de antes de la guerra. Algún otro académico ilustre también, sólo que Cela lo dice. Señoritas de ahora mismo, calle de la Cruz, negras, falsas turistas nórdicas, muy rubias, mujeres jóvenes en general, la que viene en el Metro desde el cinturón de miseria, se agarra unos miles y vuelve al barrio, de novia pobre. Todas entre la droga y la necesidad. Esta artesanía se ha rejuvenecido, en cuanto que ya se ven menos maduras, o, ninguna, porque la competencia con las modernas y liberadas está muy fuerte, porque los ejecutivos / jet de Capitán Haya las quieren jóvenes y porque, como dicen por La Mancha, "no hay puta como la propia".

Putas, pues, sin misterio, sin secreto, sin nada que descubrirle al hombre ni a la mujer. El oficio ha perdido su magia y cuando un oficio pierde su magia es, que va a perder también todo lo demás, en seguida, va a dejar de ser un oficio. Esa obscenidad de la educación sexual de la LODE está matando de hambre a las antiguas y faldicortas meretrices. La magia de la meretriz ha pasado al travestí, que es el sexo / enigma, porque la meretriz ha perdido ya todo enigmatismo. Las putas vivían de lo sagrado del oficio. Eran una lengua muerta, como el latín. Hoy se estudia mucho menos latín y se va menos de niñas. Las niñas eran la pena y la gloria al mismo tiempo. Ahora que las venéreas se curan, la gloria sin pena ha perdido grandeza y enigma, sí. Hemos racionalizado el último irracionalismo, el sexo, y tenernos que hablar de lo de Nicaragua con la amante progre.

La puta solariega ni sabía por dónde cae Nicaragua.

Sólo en provincias hemos comprobado que sigue funcionando un poco el irracionalismo del sexo y que las meretrices tienen un fornifollar nada autonómico. Con ellas, España sigue siendo una, grande y libre. Y en Barcelona por todo lo contrario: porque es una gran ciudad a la que acuden los provincianos de Noruega, de Finlandia, de Islandia, o sea los marineros de los barcos que tocan el puerto catalán. Barcelona, en este aspecto, es un Hamburgo con sol.. Las meretrices europeas, en sus guetos, tienen un espejo junto al balcón, un gran retrovisor como de camión Pegaso, para ver el material que viene por la calle, y esconderse o exhibirse, según su fina intuición de putas, que no falla, porque es una intuición de siglos.

El misterio de la puta, sí, ha sido sustituido por el misterio de los travestís que bordan la orilla derecha de la Castellana, todas las noches, toda la noche, y es que el sexo no puede vivir sin enigma. Preferimos la ambigüedad, que es muy fin-de-siglo, a la mera zoología. El travestí ha heredado lo sacratísimo de la puta. Las modernas choricillas / jet son unas ejecutivas del sexo que pueden pasar por hijas de papá. Hemos dicho al principio que la generación de la guerra fue nuestra última generación putañera. Pero no sólo ha cambiado el feligrés, sino que ha cambiado el culto. Hoy se explota la fascinación de alguna famosa, porque algo hay que añadirle al afín reproductor. Las putas han dejado de ser honradas.

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