Tribuna:

El pañuelo

He visto a ministros socialistas infelices, dubitativos sobre si debían subir o no a los yates; de los amigos, azorados por el simple hecho de haber tenido un mal pensamiento a la vista de un topless, pidiendo las peores croquetas y patatas chips en los cocktails party, vestidos de rebajas de grandes almacenes de extrarradio... En fin, he visto y he creído.He creído en el inmenso poder de Alfonso Guerra, capaz de meter en cintura el desmadre del verano de 1985, cuando el presidente González se subió al Azor, y Miguel Boyer, a la jet society. Pero a la vista del...

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He visto a ministros socialistas infelices, dubitativos sobre si debían subir o no a los yates; de los amigos, azorados por el simple hecho de haber tenido un mal pensamiento a la vista de un topless, pidiendo las peores croquetas y patatas chips en los cocktails party, vestidos de rebajas de grandes almacenes de extrarradio... En fin, he visto y he creído.He creído en el inmenso poder de Alfonso Guerra, capaz de meter en cintura el desmadre del verano de 1985, cuando el presidente González se subió al Azor, y Miguel Boyer, a la jet society. Pero a la vista del Pentálogo del veraneo de un ministro socialista, elaborado por Alfonso Guerra, desconozco si con la colaboración o no de los filósofos de la Fundación Pablo Iglesias, quisiera expresar mi más radical aunque amable discrepancia con algunos de sus mandamientos.

Pase lo de la bicicleta, aprovechable además como guiño a los ecologistas según el nuevo german style prefigurado por Willy Brandt. Entrañable lo del botijo, ítem de nuestra memoria de posguerra y estimulante si el ministro tiene la sabia precaución de introducir en él un cuarto de litro de Anís del Mono antes del agua fresquita. Inevitables la mujer y los niños, sangre de nuestra sangre hasta que no se demuestra lo contrario y al fin y al cabo los antagonistas, que menos nos odian. Discutible lo de la suegra y diría yo que adaptable el mandamiento a las características de la señora, no fuera a suceder que, perteneciente a la variante termita o al modelo obús de la Krupp, contribuyera a derribos de otoño que harían olvidar las virtudes del verano.

Por lo que no paso es por lo del pañuelo con cuatro nudos. Hace falta tener muchas ganas de ser ministro para ponerse eso en la cabeza, y ¿qué respeto podrían tener, por ejemplo, los militares a don Narciso Sierra si me lo vieran de esa guisa, como un paellero de domingo por la mañana, años cuarenta? ¡Ay la memoria! ¡Ay la memoria sádica de nuestra infancia posguerrina! Le ha salido un ramalazo al vicepresidente en cuanto ha necesitado recuperar señas de identidad, y es que en el fondo todos somos del país de la infancia, aquel país con un pañuelo y cuatro nudos en la cabeza.

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