Editorial:

Si vives, no conduzcas

LAS MISMAS lamentaciones de cada año van quedando ya cortas para la catástrofe a plazo que se desarrolla en las carreteras españolas con ocasión de las vacaciones y los largos puentes de fin de semana. Desde el pasado jueves hasta el domingo, coincidiendo con el cambio de tumben las vacaciones de miles de españoles, se ha producido una de las carnicerías más impresionantes de nuestra historia. del automovilismo, con 85 muertos y 85 heridos graves, especialmente el domingo, que destaca como fecha negra con 42 muertos y 48 heridos.Llama la atención el aumento espectacular de los resultados morta...

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LAS MISMAS lamentaciones de cada año van quedando ya cortas para la catástrofe a plazo que se desarrolla en las carreteras españolas con ocasión de las vacaciones y los largos puentes de fin de semana. Desde el pasado jueves hasta el domingo, coincidiendo con el cambio de tumben las vacaciones de miles de españoles, se ha producido una de las carnicerías más impresionantes de nuestra historia. del automovilismo, con 85 muertos y 85 heridos graves, especialmente el domingo, que destaca como fecha negra con 42 muertos y 48 heridos.Llama la atención el aumento espectacular de los resultados mortales respecto a idénticas fechas de 1985, cuando sólo se ha producido un accidente más de características graves. Da que pensar sobre la velocidad de los vehículos, la impericia de los conductores y la seguridad general de máquinas y carreteras, el hecho de que con el mismo número de accidentes se produzcan 13 muertes y 29 heridos graves más que el año pasado. Da que pensar en el sentido de que, presumiblemente, hemos empeorado en todos los sentidos.

De nuevo hay que recordar, pues, que estas catástrofes son evitables, ya que, al margen de los elementos fortuitos, hay algunos hechos que son de directa dependencia de la administración: el estado de las carreteras, el del parque de vehículos y el del control de fallos humanos, que tantas vedes está en relación con una estricta vigilancia y contención de los conductores por parte de la Policía de Tráfico y por quienes conceden el carné de conducir, o lo renuevan. Esas circunstancias no se han corregido: se han agravado. Las carreteras se aderezan con parcheos, mientras su vejez se va acentuando con mayor velocidad; la operación de canje de vehículos usados no tiene el suficiente estímulo y la Policía de Tráfico sigue siendo insuficiente; incluso las operaciones montadas fatigan más a unos guardianes ya agotados, y no cubren las fechas suficientemente. Ha habido que ampliarlas repentinamente, cuando la catástrofe estaba ya encima.

Dicen las autoridades de Tráfico que "se han visto sorprendidas" por la afluencia de vehículos en las carreteras españolas al comenzar agosto. La sorpresa no es admisible. No se ignora que el 60% del parque de vehículos españoles está en las carreteras en estos días de agosto, cuando los españoles devoran la sed de viaje en un 70% más que el mes de julio; y que en estos dos meses se viaja tanto como en los 10 restantes del año, incluidos Semana Santa, fin de año y los largos y frecuentes puentes. Y que atraviesan nuestro país viajeros internacionales mal acostumbrados a las peculiaridades españolas. A simple ojo de paseante se ve emprender la ruta, en las mañanas de principios de mes, a vehículos sobrecargados, restallantes de niños y animales de movimientos imprevisibles, con ruedas dudosas; muchas veces sin la garantía de un examen mecánico porque los talleres están sobrecargados -ha habido en ellos, este año, listas de espera para las revisiones-: infractores antes de salir. Cierto que estas anomalías son imputables al usuario: pero existen unas normas de obligación, inscritas en el Código de la Circulación, y es preciso hacerlas cumplir.

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La sorpresa de la autoridad, y no sólo de Tráfico, sino de los varios ministerios implicados, no puede existir cuando tienen los suficientes datos para conocer el estado de las carreteras y de su señalización; cuando saben qué picaresca hay en las concesiones de permisos nuevos y qué lenidad en las revisiones de otros y cuando se sabe que la densidad de motoristas de vigilancia por kilómetro de carretera usado es centesimal.

Lo peor de estos sucesos es que terminan por inscribirse en el costumbrismo, en hacerse fatalidad, o en tratar de paliarse con unos cuantos spots publicitarios en la televisión, cuyo final es, en la práctica, el de mejorar la imagen de las sorprendidas autoridades. Puede que el acicate del miedo en el conductor evite algunas desgracias; no es seguro que no produzca otras -conducir aterrorizado no es nada aconsejable-; pero las medidas de autoridad no son transferibles a nadie. Y el hecho de que España esté a la cabeza de la Comunidad en cifras de accidentes mortales no puede conliderarse como casual. Y por el momento, remedando el eslogan publicitario, no habrá más remedio que convenir que si quieres vivir no conduzcas por las carreteras españolas.

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