Tribuna:GUÍA IRRACIONAL DE ESPAÑA

El español y el sable

El Quijote, nuestra biblia nacional, es un libro militar / Este pueblo ha tenido siempre un respeto como irracional por el sable/ Ruido de sables en el XIX: Prim, O'Donnell, Serrano, "El espadón de Loja" / Militarismo-dandismo: Suárez; militarismo. cuartelero: Fraga / El político es un militar sin sable (visible) / Dandismo socialista: Alfonso Guerra (cinismo).

Así como en esta serie hemos dedicado un capítulo al español y el hacha, parece necesario dedicarle otro al sable, objeto cortante también muy del gusto de los nacionales. Nuestra Biblia nacional, el Quijote, es un libro m...

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El Quijote, nuestra biblia nacional, es un libro militar / Este pueblo ha tenido siempre un respeto como irracional por el sable/ Ruido de sables en el XIX: Prim, O'Donnell, Serrano, "El espadón de Loja" / Militarismo-dandismo: Suárez; militarismo. cuartelero: Fraga / El político es un militar sin sable (visible) / Dandismo socialista: Alfonso Guerra (cinismo).

Así como en esta serie hemos dedicado un capítulo al español y el hacha, parece necesario dedicarle otro al sable, objeto cortante también muy del gusto de los nacionales. Nuestra Biblia nacional, el Quijote, es un libro militar o el libro de un hombre que se sueña, militar de entonces y por libre. Don Quijote constituye por sí mismo todo un ejército. Un ejército que consta de él solo y, todo lo más, de Sancho Panza como pechero que nunca da el pecho. Claro que Cervantes ironiza sobre el militarismo de su personaje, pero en otros momentos ha hablado de la ocasión en que perdió el brazo como de "la más alta que vieran los siglos". Siempre hemos escrito en favor de la desmilitarización del Quijote, pero Cervantes es lo suficiente y necesariamente ambiguo como para que esa desmilitarización nunca sea del todo posible. Y cabe preguntarse si el militarismo nacional (luego explicaremos qué cosa sea eso) nace del famoso libro o si el famoso libro es consecuencia de nuestro espíritu guerrero. Según datos, los pueblos labradores fincanse en determinado lugar y no hacen guerra o, todo lo más, una guerra defensiva. Los pueblos nómadas, pastoreadores, cazadores, son los que viven en guerra y trashumancia. Hay que pensar que, cuando comienza el diálogo Norte / Sur (que no se lo inventé Abril Martorell), con la invasión de las gentes del Norte, quienes llegaron a esta punta de Europa fueron grupos de la segunda condición, y de ahí el carácter litigioso de todo lo que pasó en España hasta que se constituyera como tal, y de lo que ha pasado después.De ahí, asimismo, el culto al guerrero, al caballero andante, al militar romántico, al caudillo providencial, cultos todos que parecen muy nuestros. Aquí, los grandes ingenios del Siglo de Oro fueron clérigos o militares. O funcionarios los, menos afortunados, como Cervantes. (Que quizá por eso sueña y crea un caballero armado.) Quevedo, ya que no militar, es muy militante. En favor del de: Osuna o en contra del de Olivares. Pero siempre con la espada en la mano. O la pluma, que aún cortaba más.

Poco educado en liberalismos y democracias, este pueblo ha tenido siempre un respeto como irracional por el sable. Claro que el sable se ha impuesto con frecuencia en nuestra Historia, pero el maridaje pueblo / milicia es aquí más complejo que una mera imposición. Hubo un tiempo en que sólo era otra cosa el que no podía, ser militar. Y más que la vocación numerosa por la milicia, que llegó a tener gran rango social, nos interesaría estudiar la impregnación de militarismo en la vida civil o, dicho de otra forma, la evidencia del cuartel como generador de fórmulas de convivencia civiles. Los códigos del honor y la honra no son sino prolongaciones de lo militar dentro de lo civil, con su secuela de duelos y secreto culto fálico al sable.

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Es lo que hemos llamado al principio el militarismo nacional. Claro que la impregriación de lo guerrero o militar se da también en otros países, otras, sociedades y otros siglos. Pero Shakespeare monta, todo su teatro como denuncia y denigración de los reyes de Europa e Inglaterra, mientras que Lope y Calderón urden el suyo para justificar a esos reyes. Hay en España, sin duda, a través de la Historia, más superstición del sable que en otros países. Quevedo consagra todo esto con una expresión que asombraba a Borges, y que se contiene en los versos del barroco a Osuna muerto: "el llanto militar". ¿De dónde viene la grandeza estilística de estas palabras, se pregunta Borges, que sólo expresan una obviedad: el llanto de los militares? De la sintaxis, sin duda, se contesta, más o menos, el propio Borges. Jamás el llanto había sido adjetivado de militar. En nuestro siglo XIX, el sable llega a recobrar el prestigio de los siglos de oro.

Prim, O'Donnell, Serrano, Espartero, "el espadón de Loja". Sables de la panoplia liberal y sables de la panoplia reaccionaria, o incluso carlista. Esta ambivalencia del sable es lo que más justifica a todos. Unos se redimen con los otros. El sable nacional es ya el acero imparcial que corta el nudo gordiano de las grandes ataduras circunstanciales. Pero lo más significativo, ya digo, es la penetración de lo castrense en la vida civil, de modo que ha habido épocas en que lo más español que se podía ser era ser militar. Un arquitecto, un juez, un comerciante, un periodista, un científico, un político, incluso, se encontraban como disminuidos ante ese Quijote con galones que era el militar. El prestigio erótico y matrimonial de los militares (aunque siempre han ganado poco) era inmenso entre las españolas.

Todo esto va decayendo. Incluso en lo matrimonial. Hoy parece que queda mejor casarse con un ejecutivo multimundial. Hemos pasado del erotismo del sable al erotismo del jet, igualmente priápicos. Y decae en las mujeres, que son las únicas que han hecho su revolución en España, pero el modelo militar sigue secretamente vigente entre los varones, desde el masculinismo de Adolfo Suárez a la disciplina de Fraga, desde el auge y pululación de las órdenes caballerosas (que se ha incrementado irónicamente con la democracia) al censo de españoles armados por razones deportivas, cinegéticas, profesionales o caprichosas. Hay miles de españoles que sueñan con tener un sable del abuelo en el vestíbulo de su casa, entre la orla universitaria y la foto de los niños. (Y algunos lo tienen.) Lo que dijéramos aquí del hacha, respecto del español inculto, hay que decirlo del sable respecto del español universitario (hablo siempre de minorías e irracionalismos).

El militarismo de lo civil tiene hoy un costado intelectual, digamos, que es el dandismo (Suárez) y tiene un costado cuartelero (Fraga).

El dandismo, sí, es la más noble penetración de lo militar en lo civil. Una herencia de la aristocracia ciudadana, más que de la aristocracia feudal, que muere o morirá sin dejar nada. En España hemos tenido los dandies románticos, Espronceda y Larra, que tienen algo del estilo militar, aun cuando hagan la crítica de los militares. En Francia, Baudelaire era consciente de la componente militar de su dandismo -erguimiento espiritual, verticalidad del afán-, y Proust, el dandy civil, no deja de admirar profundamente el dandismo castrense de Saint-Loup. El tipo civil más cercano a lo militar es el político. Todo político, de derechas o izquierdas, es un militar sin sable (visible). La política es la milicia por otros caminos. A eso es a lo que, en una de sus acepciones, se llama dandismo, concepto y conducta raros en España. En este sentido estricto, hay dandismo en Alfonso Guerra (cinismo) más que en Felipe González. Hay dandismo en Santiago Carrillo (estoicismo). Hay dandismo en Nicolás Sartorius (alto control personal que, como él me confesaba hace poco, puede llegar a constituirse en una enfermedad). Hay dandismo agresivo en Suárez, ya está dicho, pero no en el, señor Roca, que estuvo a punto de abandonar la política, toda política, por un tiempo (olvidando sus sagrados deberes potra con Catalunya), por un revés electoral. Hay dandismo / militarismo (en este sentido literario de lo militar) en Tierno Galván (utilizo el presente y yo me entiendo). No lo hay en Oscar Alzaga, que quiere tirar por cualquier parte. Si la milicia se rige por la disciplina común, el dandismo, se rige tan sólo por la autodisciplina, mucho más difícil de sostener. Hay dandismo en Cela 51 Delibes, que mantienen una actitud invariablemente literaria tante la vida. No lo hay en quienes echan los pies por alto en cuanto no les sacan académicos.

El dandismo, en fin, es la forma más noble y literaria que alcanza lo castrense en su penetración de la vida civil, penetración tan intensa en la vida española. Luego, o antes, está, naturalmente, el dandy militar, que en nuestros días podría tener su mejor exponente físico y moral en el general Gutiérrez Mellado. El PSOE, siquiera programáticamente, parece haber desmilitarizado un poco la vida española, haber devuelto para siempre a la panoplia familiar el sable golpista del abuelo, pero el PSOE nos ha afianzado en la OTAN y lo que venga. La penetración o prolongación de los valores militares en la vida civil, la presencia del as de espadas en la baraja nacional, es una realidad histórica, galdosiana, barojiana, valleinclanesca, que aquí sólo hemos esbozado. Nuestra sociedad, en este fin de siglo, sigue penetrada de algunos valores y contravalores militares. Haría falta que nuestro Ejército, a la inversa, se pregnase de algunos valores civiles. Ésa parece que ha sido la tarea de Felipe González y su ministro correspondiente, al amparo de un Rey militar. Pero el honor, la honra y otros conceptos calderonianos no han pasado de los esperpénticos cuernos de Don Friolera.

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