Tribuna:

El compromiso de Simone del Beauvoir

El feminismo está de luto. Simone de Beauvoir ha muerto, y con ello ha dejado desamparadas a sus ya infelices y precarias seguidoras. En estos tiempos de abandono del movimiento, de ensorbebecimiento de sus enemigos y de olvido despreciativo del que fue el más novedoso, agresivo e inquietante fenómeno de los años setenta, la muerte de Simone ha tenido un eco más bien discreto en los medios de comunicación. Esos que tantas palabras gastan cuando se trata de lamentar el deceso de un torero. Coincidiendo en el tiempo con la muerte de Jean Genet, Simone de Beauvoir ha visto oscurecida su desaparic...

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El feminismo está de luto. Simone de Beauvoir ha muerto, y con ello ha dejado desamparadas a sus ya infelices y precarias seguidoras. En estos tiempos de abandono del movimiento, de ensorbebecimiento de sus enemigos y de olvido despreciativo del que fue el más novedoso, agresivo e inquietante fenómeno de los años setenta, la muerte de Simone ha tenido un eco más bien discreto en los medios de comunicación. Esos que tantas palabras gastan cuando se trata de lamentar el deceso de un torero. Coincidiendo en el tiempo con la muerte de Jean Genet, Simone de Beauvoir ha visto oscurecida su desaparición. De nada ha valido su Premio Goncourt, dos veces propuesta para el Nobel, y su indiscutible liderazgo del movimiento feminista europeo. Frente a los millones de mujeres que representaba la figura solitaria de un escritor llamado maldito ha eclipsado el interés de comentaristas y críticos por la madre moderna del feminismo. ¿Será quizá porque Genet fue homosexual? Nuevamente me digo, ante la constante mención del movimiento gay y sus diferentes actividades que motivan hasta a los partidos políticos más anticuados, en esta patética carrera por agradar a unos cuantos, que al fin y al cabo los homosexuales siguen siendo hombres.Simone de Beauvoir fue mujer y feminista, y estos dos inconvenientes sólo los pudo paliar con la indiscutible protección de Sartre.

En 1979 yo escribí en Los hijos de los vencidos: "Cuando muchos años después tuve acceso a Los mandarines, de Simone de Beauvoir, comparé con envidia y rabia nuestras distintas experiencias en las dos posguerras paralelas. La suya era la de los vencedores que no sabían qué hacer con su victoria; la nuestra era la de los vencidos que aprendían rápidamente a sobrevivir a su derrota".

En 1949 la difusión de las ideas estaba emparejada *con el triunfo de la democracia. Era impensable que en aquel año en España se hubiera podido escribir El segundo sexo o que hubiese obtenido el beneplácito para publicarse. Las españolas que escribieron sobre la liberación de la mujer antes de 1936 lo hicieron en momentos muy inoportunos. Después fue preciso olvidarlo. Por ello Simone fue imprescindible para el feminismo europeo, y en especial el español. Ella simbolizó todo el feminismo. Hace unos días me decía Cristina Almeida que en los años sesenta, en la universidad de Madrid se estudiaba clandestinamente El segundo sexo y se tomaba contacto por primera vez con el feminismo. Las mujeres españolas, aun las universitarias, desconocían la historia feminista de su país y de todos los demás. Simone fue, pues, su revelacíón y su líder, su conciencia apenas despertada y su símbolo.

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El feminismo la encontró a ella en el momento preciso. Cuando la lucha de las primeras sufragistas había pasado al museo, cuando Europa emergía de la segunda guerra, cuando nadie trataba ese tema que parecía hundido para siempre en el olvido. Era francesa y eso constituía un sello de calidad. A su indudable altura literaria, al Premio Goncourt, que le dio el prestigio que necesitaba para ser reconocida entre el círculo de los mandarines de la cultura, unió el aval que le concedía su relación con Sartre. Por ello el feminismo tenía en ella su más importante certificado de garantía. Mientras ella vivía, las feministas teníamos una reférencia indiscutible. Si Simone se declaraba feminista todavía 40 años después de El segundo sexo, eso significaba que las que seguíamos militando no perdíamos la esperanza de ser consideradas normales e incluso necesarias para la transformación de la sociedad. Ella nos garantizaba y los hombres nos perdonaban por ello.

Porque Simone no escribió casi nada que Mary Wollstonecraft, Olimpia de Gouges, Flora Tristán, Susan B. Anthony., Aleiandra Kollontái, Emilia Pardo Bazán o Concepción Arerial no hubiesen escrito antes. Tampoco CIsclareció las causas de la explosión femenina más allá de lo que lo había hecho el propio Engels, y con más endebles argumentos. No luchó en defensa de las mujeres con más ardor que Lucy Stanton ni Mrs. Pankhurst, y no se extenuó hasta la muerte: en su militancia como Flora Tristán. Pero todo lo que hizo lo hizo en

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momento y lugar oportunos. Por ello ha sido la madre y el símbolo del feminismo en todo el mundo moderno.

Pero Simone representaba también el compromiso ético con los problemas sociales y políticos de su tiempo, la voluntad y la fortaleza puestas al servicio de la búsqueda de la verdad. Por ello su obra es una catedral a la sinceridad. Esa sinceridad que nos permite conocer su vida día a día. Usando la pluma como escalpelo, Simone hizo una cotidiana autopista de su vida y de la de Sartre. Con la tozudez y la paciencia inquebrantables de su Capricornio, escogió un camino, a veces escarpado y difícil, del que no se apartó nunca. Con la obstinación de su criterio ético cumplió los objetivos que se había propuesto.

De tal modo Simone mantuvo sin fisuras la relación con Sartre hasta su muerte, dominando heroicamente sus celos, sus depresiones derivadas de las numerosas infidelidades del escritor y de la soledad que por ellas padeció durante años. Esa ética, de la que ella se había convertido en símbolo viviente, la obligó a soportar todos los desvíos de su compañero, a cegarse ante el evidente machismo de la conducta sartriana, e incluso a dolerse de su incapacidad de aceptarlo sin sufrimiento. La profeta del feminismo moderno se convirtió en la abnegada esposa que soportaba todos los amoríos y los desvíos del genio, al que siempre consideró superior a ella. Eso le ha permitido a María Antonia Macchiocci escribir en su epitafio la estúpida conclusión de "fue la mujer a la que más gustaron los hombres".

En los últimos años su compromiso fue mucho más sartriano, en toda la extensión del término, dedicada a hacer la felicidad del hombre que se encubría bajo aquel nombre, que feminista. Ahora ya no podré nunca preguntarle por qué tanta sumisión, tanta comprensión en nombre del feminismo y de la libertad, que tanto se parecía a la de nuestras abuelas, ayunas de vindicaciones feministas. Pero me doleré siempre de ello, y de haber leído en sus memorias que hace 40 años Sartre le dijo:"¿Por qué no escribes sobre la condición de tu sexo?", y ella le obedeció.

Cuando el feminismo haya guardado el luto que le debe a su madre francesa moderna, tendrá que plantearse nuevamente las cuestiones que aquélla dejó sin resolver: cómo enfocar la lucha de clases entre el hombre y la mujer, cómo vivir coherentemente con ella y cuál es nuestro real compromiso con la realidad política y social del momento. Es llegada la hora de dar las respuestas.

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