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Taller

Bajo la luz escalfada de mayo, en medio de un gran atasco en la ciudad, había una ambulancia averiada, con el capó levantado y la puerta trasera abierta. El mecánico manipulaba con una llave inglesa en las tripas del motor, sudando a chorros, cubierto de grasa. Mientras tanto, en el interior del furgón, sobre la camilla, un enfermero le enchufaba cables a un señor que parecía también muy estropeado. Algunos curiosos contemplaban a la vez ambos remiendos y su interés se dividía casi a partes iguales: a unos le atraía mucho los trabajos en la maquinaria, a otros les seducía más el auxilio de urg...

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Bajo la luz escalfada de mayo, en medio de un gran atasco en la ciudad, había una ambulancia averiada, con el capó levantado y la puerta trasera abierta. El mecánico manipulaba con una llave inglesa en las tripas del motor, sudando a chorros, cubierto de grasa. Mientras tanto, en el interior del furgón, sobre la camilla, un enfermero le enchufaba cables a un señor que parecía también muy estropeado. Algunos curiosos contemplaban a la vez ambos remiendos y su interés se dividía casi a partes iguales: a unos le atraía mucho los trabajos en la maquinaria, a otros les seducía más el auxilio de urgencia que, se prestaba a aquel moribundo de carne y hueso. El corro de ciudadanos cruzaba apuestas entre sí respecto al origen de las dos averías. Probablemente sería un infarto de miocardio o la bomba de la gasolina, el hígado castigado o el delco mojado, una peritonitis aguda o un problema de carburador. La ambulancia de repuesto no acababa de llegar, la pareja de técnicos se encontraba rodeada de más herramientas a medida que el tiempo pasába y la, calle se estaba llenando de un clamor de bocinas.Después de apretar unas tuercas, el conductor trataba de poner en marcha el vehículo. Le dabá al arranque y el motor permanecía mudo, pero en ese instante el enfermo soltaba un gemido ronco y prolongado. También sucedía al revés. Cuando el practicante conectaba la goma en la nariz de aquel ser humano, de pronto el tubo de escape comenzaba a sonar. Era evidente que el tipo se encontraba en la agonía. Lo mismo le pasaba a la ambulancia. El atasco de coches iba creciendo, y en vista de que el caso no, tenía fácil solución, alguien llamó a la grúa, y cuando ésta hubo llegado se planteó el dilema: puesto que el hombre y la máquina formaban algo indivisible, ¿a dónde habría que llevar aquel par de trastos, al taller o al hospital? Entre el público había humanistas que estaban de parte del agonizante. En cambio, a otros,que eran de la rama de ciencias, les caía más simpático el carburador. Se estableció un pequeño debate sin resultado positivo. Entonces, el enfermero y el mecánico lo echaron a suertes. De los dos pacientes, perdió el que iba de paisano.

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