Tribuna:

Subastas

Se han puesto de moda las subastas. No, no me refiero a las pujas internacionales tipo Sotheby's, tan monas, tan sofisticadas y tan finas. Estoy hablando de otra clase de remates, de una almoneda lamentable, de algo mucho más ramplón y celtibérico.Verán, la cosa consiste en ofrecer un puesto de trabajo. Dado que el mercado anda lo que se dice chungo y lleno de parados por todas partes, no tiene usted más que mencionar la palabra empleo para que se le llene el despacho de aspirantes. Se aplica entonces a los candidatos el tratamiento habitual, es decir, interrogatorios, petición de currí...

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Se han puesto de moda las subastas. No, no me refiero a las pujas internacionales tipo Sotheby's, tan monas, tan sofisticadas y tan finas. Estoy hablando de otra clase de remates, de una almoneda lamentable, de algo mucho más ramplón y celtibérico.Verán, la cosa consiste en ofrecer un puesto de trabajo. Dado que el mercado anda lo que se dice chungo y lleno de parados por todas partes, no tiene usted más que mencionar la palabra empleo para que se le llene el despacho de aspirantes. Se aplica entonces a los candidatos el tratamiento habitual, es decir, interrogatorios, petición de currículos, exámenes y demás perrerías con que se suele atormentar a los parados en busca de trabajo. Y una vez cumplimentada la rutina se llega al punto crucial, al chalaneo: la parte contratante pregunta con dulzura al aspirante: "¿Y cuánto quiere usted ganar?". Y la subasta empieza.

Qué astucia tan infernal la de estas empresas sanguijuelas. Ya no ofrecen un salario: son los aspirantes quienes han de ofertar su propia paga. Al contrario que en otras licitaciones, aquí la puja es a la baja: ganará quien sea capaz de autoadjudicarse el sueldo más menguado. El problema es encontrar el punto de equilibrio entre la propia dignidad y la necesidad de contratarse. Entre la miseria sin trabajo y un trabajo por un salario de miseria. Al aspirante, que ha de solventar este sobrecogedor dilema en un segundo, las manos le sudan y el corazón se le desboca. Al cabo, y tras hacer sus cábalas, aventura una cantidad muy moderada. Entonces el jefe de personal sonríe tierna y tristemente: "Es una pena, demasiado alto... Otros candidatos nos han ofrecido sueldos bastante más bajos...".

Llegados a este punto puede que el aspirante se trague su amor propio y consienta en venderse aún más barato. O puede que se vaya del lugar con toda su dignidad y sin empleo. Da lo mismo: unos meses más de paro amansarán su orgullo, y con el tiempo terminará ofreciéndose por un salario miserable. Las subastas laborales están de moda y son cada día más rentables. Ya sé que esta práctica no es ilegal. A mí simplemente me da náuseas.

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