Tribuna:

Siluetas

Todo fue un reflejo en la luna biselada del bar. La adolescente llegó abrazada a un libro de texto, oliendo a lápices Alpino o a pupitre de aula, y a veces hacía estallar en el hocico pompas de un chicle de fresa. Llevaba en los muslos del pantalón algunas pegatinas de James Dean y de Snoopy, vestía una zamarra desgalichada, coñdecorada con una chapa donde se podía leer algo en favor de las focas. Sentado en el taburete de la barra la esperaba un hombre maduro, de aire cansado, con pinta de intelectual o profesor muy concienciado en materia nuclear. La adolescente se acercó a él sorbiéndose el...

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Todo fue un reflejo en la luna biselada del bar. La adolescente llegó abrazada a un libro de texto, oliendo a lápices Alpino o a pupitre de aula, y a veces hacía estallar en el hocico pompas de un chicle de fresa. Llevaba en los muslos del pantalón algunas pegatinas de James Dean y de Snoopy, vestía una zamarra desgalichada, coñdecorada con una chapa donde se podía leer algo en favor de las focas. Sentado en el taburete de la barra la esperaba un hombre maduro, de aire cansado, con pinta de intelectual o profesor muy concienciado en materia nuclear. La adolescente se acercó a él sorbiéndose el frío de la calle por la nariz, le dio un beso, le dijo: "Hola, ¿cómo estás?" y después pidió una naranjada. Yo los miraba a través del espejo, veía sus gestos y a mi espalda también oía fragmentos de conversación.El hombre maduro adoraba a aquella menor y no podía tener las manos quietas. Le acariciaba el cuello, le pellizcaba en el costado, la vaciaba por dentro con ojos de deseo, le golpeaba las rodillas cariñosamente con el puño adornado con un anillo de casado mientras le hablaba de geopolítica, del peligro atómico, de yanquis y soviéticos. Ella bostezaba dejándose manosear con una inocencia de ternera. La adolescente trataba de contar a este intelectual enamorado que su perra estaba a punto de criar, y él, sin escuchar, insistía en explicarle el problema de la OTAN, cogido a la verde cintura de la muchacha. El tipo le morreaba lascivamente la oreja y allí le decía con susurros que debía tomar conciencia. Había que votar en contra de los misiles y dar la cara por la paz, pero ella ponía la mirada perdida y de pronto hacía estallar el chicle en los labios sobre el panorama siniestro de la tercera-guerra mundial que él le pintaba. De nuevo intentó la niña hacerle partícipe del futuro de su perra. ¿Dónde podría colocar a los hijos? Quería regalarlos a amigos de confianza para que los cuidarán bien. Yo los veía a través del espejo. Ambos apuraron los vasos y entonces el hombre maduro propuso ir a un apartamento y la adolescente aceptó con una mueca de desgana. Cuando las dos figuras partieron todo quedó como un reflejo en la luna biselada del bar.

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