Tribuna:

Subliminal

La campaña de intoxicación proatlantista desarrollada en la mayor parte de los medios de comunicación en España, sean públicos o privados, tiene la radical virtud de que de momento es más sutil que aparente. Algún día, sin duda los historiadores supervivientes de la III Guerra Mundial, deberán estudiar cómo, dónde y cuándo se produjo el acuerdo implícito entre el Gobierno y las fuerzas fácticas comunicacionales para atlantizarnos por la puerta trasera del alma y el cuerpo. ¿A cambio de qué? Yo creo que a cambio de nada estrictamente material. Simplemente, llega un momento en la vida de cualqui...

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La campaña de intoxicación proatlantista desarrollada en la mayor parte de los medios de comunicación en España, sean públicos o privados, tiene la radical virtud de que de momento es más sutil que aparente. Algún día, sin duda los historiadores supervivientes de la III Guerra Mundial, deberán estudiar cómo, dónde y cuándo se produjo el acuerdo implícito entre el Gobierno y las fuerzas fácticas comunicacionales para atlantizarnos por la puerta trasera del alma y el cuerpo. ¿A cambio de qué? Yo creo que a cambio de nada estrictamente material. Simplemente, llega un momento en la vida de cualquier comunicador en que se ahorca de su corbata y se acoraza en su chaleco y casi sin darse cuenta, como quien dice al día siguiente, se convierte al atiantismo y objetivamente se comporta como aquellos cruzados del occidentalismo de nuestra infancia y adolescencia: Don Luis Galinsoga sin ir más lejos.Pero si a don Luis Galinsoga el verbo se le hacía carne, los actuales rectores de mensajerías de occidentalización parabellum saben que han de ser más discretos y te meten la cruzada en el subtítulo o en el pie de fotografía o en el reportaje objetivo o en la programación telecinematográfica de guerra fría. Y sobre todo conocen la regla franquista, en ocasiones ellos mismos la han padecido, que nada hay tan destructor como el silencio y así como el atlantismo es un murmullo omnipresente, el antiatlantismo se ha convertido en un silencio casi total. La filosofía de que de la Alianza Atlántica no hay que salir porque ya estamos en ella, se convierte en una política publicitaria de ver lo atlántico ya desde el fondo del océano. Hay tanta agua, es tanto el peso del agua, que al más bravo atleta le va a dar por la molicie y por el que naden ellos. Estamos cotidianamente pasados por aguas oceánicas, démonos cuenta o no y esto no ha hecho más que empezar y los antiatlantistas orgánicos harían bien llevando la cuenta de los mensajes subliminales que por tierra, mar y aire componen la contaminación político-atmosférica más grave que ha padecido España desde la importación del desodorante.

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