Tribuna:

Sorolla

El Museo Sorolla, en lo que antes era Martínez Campos, era un sitio cerrado, hermético, algo así como un chalet grande y abandonado, al margen de la ciudad, en el corazón de la ciudad, palpitante de crudos quemados. Una vez fui a hacer un reportaje en color, para una revista ilustrada. Los últimos sorollas son de un laconismo -tema y técnica- que indican cómo el pintor iba a más. El Museo Sorolla es como un chalet pretencioso de maestro de obras de derechas. El otro día se me presentaron en casa dos francesas con mi texto sobre Sorolla, para Europalia, en francés, protestando de lo que digo so...

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El Museo Sorolla, en lo que antes era Martínez Campos, era un sitio cerrado, hermético, algo así como un chalet grande y abandonado, al margen de la ciudad, en el corazón de la ciudad, palpitante de crudos quemados. Una vez fui a hacer un reportaje en color, para una revista ilustrada. Los últimos sorollas son de un laconismo -tema y técnica- que indican cómo el pintor iba a más. El Museo Sorolla es como un chalet pretencioso de maestro de obras de derechas. El otro día se me presentaron en casa dos francesas con mi texto sobre Sorolla, para Europalia, en francés, protestando de lo que digo sobre el pintor. Digo lo que luego me dice Paco Nieva, el inagotable, con quien he cenado varias noches en las pasadas navidad es:-Sorolla tenía mucho talento y muy mal gusto.

Yo califico a Sorolla de gran pintor y hombre "ininteres ante". ¿Cómo traducir eso al francés cartesiano? (El francés proustiano, mucho más matizado, aún no parece que haya calado en los galoparlantes). El Museo Sorolla, ahora que Sorolla empieza a ser redescubierto, en España y en el mundo, es un raro y laberíntico chalet de lo que antes era Martínez Campos, donde casi siempre llueve, aunque no llueva en la calle, una estación que solía quedar fuera del vía crucis del turista, pues que los tourloperators no afinan tanto. Y después de la reivindicación de Sorolla tiene que venir, claro, la de Romero de Torres (que tenía su estudio en la plaza de la Paja y andaba por Madrid con dos galgos) y la de Ignacio Zuloaga, cuyo estudio aún se conserva en las Vistillas, en una plaza que se llama, incoherentemente, de Gabriel Miró, y que se centra, para mayor cafarnaún del nomenclátor, con una espantable estatua de Ramón Gómez de la Serna, estofado y guarnicionado de símbolos modernos, cuando el símbolo es todo lo contrario de la greguería.

Así las cosas, Sorolla, casi tan dotado de pupila y muñeca como Goya, y hombre muy inteligente, aparece siempre cegado por la luz excesiva de Levante, como casi todos los levantinos (lo cual les lleva a la estampa, en pintura, música y literatura-Óscar Esplá). Pero, al margen de los tour/operators, el Museo Sorolla es un rincón céntrico, ignoto, entrañable y aleccionador en la orilla izquierda de la Castellana. Hoy parece insólito decirlo, pero fue el Ceesepé de su tiempo. Sólo que más.

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