Tribuna:

El sínodo

El desarrollo del sínodo nos trae de nuevo a la memoria el ritmo del concilio. Los padres sinodales gozan, efectivamente, de la misma libertad de palabra que los padres conciliares, y replantean en un contexto distinto los mismos problemas. En los textos sinodales, el wojtylismo no ha dejado ninguna huella. También allí donde se entrevé un pleno consenso sobre las tesis papales el lenguaje es diferente. La primera impresión que produce el sínodo, efectivamente, es que la Iglesia católica se encuentra exactamente en el mismo punto que antes: es decir, ante los mismos problemas, que no pueden se...

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El desarrollo del sínodo nos trae de nuevo a la memoria el ritmo del concilio. Los padres sinodales gozan, efectivamente, de la misma libertad de palabra que los padres conciliares, y replantean en un contexto distinto los mismos problemas. En los textos sinodales, el wojtylismo no ha dejado ninguna huella. También allí donde se entrevé un pleno consenso sobre las tesis papales el lenguaje es diferente. La primera impresión que produce el sínodo, efectivamente, es que la Iglesia católica se encuentra exactamente en el mismo punto que antes: es decir, ante los mismos problemas, que no pueden ser negados con su restauración ni afirmados con una revisión radical. Más bien el problema que surge del sínodo es el siguiente: si la Iglesia católica es capaz o no de producir gestos globales, tanto en el caso de la restauración preconciliar como en el sentido de la refundación exigida por el concilio. No existe un verdadero partido que propugne el retorno al preconcilio. Si existe una añoranza del preconcilio, no acaba de cristalizarse en una propuesta de praxis adecuada. Wojtyla ha ofrecido un protagonismo papal en la praxis que, sin embargo, no está ligado a una restauración del Vaticano I y de la Iglesia preconciliar. Curiosamente, ha mezclado el primado de la praxis con el silencio sobre la doctrina. Ratzinger, que ha intentado reinterpretar el Vaticano II a la luz del Vaticano II en una entrevista a un periodista (singular manera de hacer doctrina para un cardenal encargado de defender la doctrina de la fe), no ha retomado luego, en la sede sinodal, la idea de la restauración, que fue criticada incluso en el informe introductorio del cardenal Daneels.Así pues, el sínodo no se halla ante una propuesta global que aspire a una puesta entre paréntesis del concilio. Aunque esta demora pueda ser llevada a la práctica, no podrá decirse. O al menos no podrá decirse delante de una asamblea de obispos. Para continuar con el Vaticano I no era necesario convocar un sínodo, es decir, dar la palabra colectivamente a los obispos junto con el Papa. En la Iglesia del Vaticano I no hay sitio para un diálogo entre Papa y obispos. Sólo habla el Papa. Todos los demás escuchan.

Pero Juan Pablo II no se ha sentido con fuerzas para llevar adelante un golpe de Estado formal contra el Vaticano II y abolir de hecho al sínodo, sino que ha elegido la forma más anodina (el sínodo extraordinario, sin, como se sabe, asambleas de conferencias episcopales previas que eligen a los delegados, discuten los ternas, dan los mandatos), para tratar de obtener el consenso de una institución típicamente conciliar como es el sínodo de los obispos, para un activismo papal de hecho. La cosa no ha salido bien. E incluso ha demostrado que el Papa ya no puede prescindir de la colegialidad. Todo lo que el Papa lleva a cabo unilateralmente, fuera del colegio episcopal, ya no es realmente papal. No deja huella en la Iglesia. El sínodo empequeñece a Wojtyla. Por lo que, de hecho, indica que el wojtylismo no es un asunto papal, sino que es un estilo personal del Papa, que se sitúa fuera de su carisma institucional.

Esto no quiere decir, obviamente, que el wojtylismo vaya a terminar cuando termine el sínodo. Sin duda continuará. Pero el concilio Vaticano II ha sido aceptado tan profundamente por la Iglesia en conjunto que todo lo que se sitúa fuera de su legitimidad auténtica se sitúa de hecho también fuera de la Iglesia. Así pues, Roma no está ya en Roma. La Iglesia católica constata el nuevo florecimiento de la Iglesia local, pese a la fuerza restauradora del aparato romano, la sugestión de los medios de comunicación social, el continuo viaje del Papa. El wojtylismo pertenece a lo efímero: Wojtyla viaja y no escucha, habla y no es escuchado. Se observa así en él la ley dantesca del contrappasso: la naturaleza de la pena es semejante a la de la ofensa.

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Resultado paradójico de la continua movilidad del Papa es el inmovilismo, no tanto de la Iglesia católica como del propio papado. En efecto, las Iglesias locales, por lo que a ellas respecta, se mueven. Sin hacer ruido, corre a través de ellas una dinámica silenciosa. Humillada en la palabra y en la presencia, una humilde Iglesia construye cada día su existencia, su perfil. Y constituye así el perfecto contrapunto de un papado que dibuja un perfil sin existencia. Roma parece moverse, pero permanece inmóvil: las Iglesias locales parecen silenciosas y deferentes, pero se mueven. Su autonomía queda

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evidenciada en el sínodo casi independientemente de la propia voluntad de los obispos. Se siente que no es la elección personal de los obispos considerados individualmente la que anima sus palabras, sino el pueblo que aquéllos tienen tras de sí: constreñidos a vivir in situ, sobre el terreno, no separados de la realidad por medio de lo ficticio de la imagen de los medios de comunicación de masas, se ven obligados por su condición de obispos a hablar un lenguaje distinto al del Papa. Quizá los obispos no lo quieran así, porque, a fin de cuentas, saben que su propia autoridad depende de la autoridad papal. Pero saben también ya que su propia credibilidad como obispos no depende sólo del Papa.

El sistema histórico del Vaticano I está superado definitivamente. Los obispos han de ser legitimados también por su pueblo. Sin este consenso de los fieles no se puede continuar siendo realmente pastores. No basta la investidura romana, no basta la solidez del sistema canónico. El sínodo romano no va a decir nada nuevo. Y aquí está la derrota del wojtylismo. Porque el éxito del wojtylismo se habría producido si el sínodo hubiese mostrado realmente una Iglesia silenciosa. Pero es justamente lo contrario lo que se ha evidenciado. Precisamente el hecho de no haber hecho, como otras veces, un sínodo sobre temas concretos (por ejemplo, sobre el sacramento de la penitencia, que fue objeto del último sínodo ordinario), ha hecho que la continuidad de las Iglesias locales existentes respecto de la palabra del Vaticano II sobre las Iglesias locales surgiese ante nosotros intacta.

Juan Pablo II quería esta vez un sínodo que avalase, en términos de principio, su praxis. Pero, en cambio, se ha hallado frente a una asamblea para la que su praxis es un principio inexistente. El gran ausente del sínodo ha sido el wojtylismo. Y puesto que el wojtylismo es, en fin de cuentas, el estilo del Papa actual, es precisamente el papado el gran ausente, el taciturno, en esta asamblea de Iglesias locales. Ningún obispo quiere privar al Papa de su legitimidad. Sin embargo, el conjunto de su obra es señal evidente de esta verdad: el concilio Vaticano II ha sido aceptado por la Iglesia, mientras que el wojtylismo no. La restauración de Ratzinger ha sido abandonada por su autor. El posible principio de un sínodo anticonciliar no ha tenido ni siquiera la dignidad de haber sido formulado. Sin duda, el papado es el centro del sistema católico. Pero hoy ya no es la única realidad, ni siquiera la realidad predominante.

Barth, el gran teólogo ecuménico, fue profeta cuando vio, en el Espíritu, que el Vaticano II constituía un acontecimiento, en el sentido más profundo del término.

Es difícil decir qué va a ocurrir después de este sínodo. Pero lo que sí es cierto es que éste se nos aparece ya como la derrota básica de una línea de conducta del papado, cuando, por el contrario, debería haber llevado a cabo la tarea de sancionar su victoria. Es Roma, ahora, la que tiene que redefinirse ante las Iglesias locales, y no las Iglesias locales ante Roma. Este proceso no va a ser sencillo ni breve, pero sus términos empiezan a ser ya más claros.

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