Tribuna:

Empresa

La empresa es ese territorio comunal en el que pasamos más o menos la mitad de nuestras vidas. La empresa es un núcleo social de costumbres enigmáticas. La empresa moderna, por ejemplo, surte el botiquín con cafiaspirinas, y no aspirinas, para que a los usuarios de las píldoras se les cuaje la jaqueca con un aceleramiento productivo. Rodeada por tempestades de paro y abismos de crisis económicas, la empresa de hoy reluce más que nunca como un cobijo privilegiado. O sea, que fuera de la empresa sólo hay tinieblas: cosa que la propia empresa se encarga de repetir a todas horas.Otrosí, resultan f...

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La empresa es ese territorio comunal en el que pasamos más o menos la mitad de nuestras vidas. La empresa es un núcleo social de costumbres enigmáticas. La empresa moderna, por ejemplo, surte el botiquín con cafiaspirinas, y no aspirinas, para que a los usuarios de las píldoras se les cuaje la jaqueca con un aceleramiento productivo. Rodeada por tempestades de paro y abismos de crisis económicas, la empresa de hoy reluce más que nunca como un cobijo privilegiado. O sea, que fuera de la empresa sólo hay tinieblas: cosa que la propia empresa se encarga de repetir a todas horas.Otrosí, resultan fascinantes los ancestrales usos de la jerarquía. El estatus se mide por número de teléfonos y de ventanas. Un satai sobre tu mesa conquista un respeto ¡limitado, y cuantas más ventanas tenga tu despacho, más arriba te cotizas. Particularmente interesantes son los ritos alimenticios: a la hora del almuerzo, las secretarias se van con las secretarias, los jefes de división con los jefes de división y los directores con los directores, en una hermosa demostración de afinidades naturales. Y si alguien asciende, al mismísimo día siguiente descubre que sus verdaderos amigos son los del peldaño superior, porque cambia de mesa de inmediato. Asimismo es muy instructivo constatar que los empleados de un mismo nivel, mayormente si es alto y con aspiraciones de elevarse, suelen compartir los mismos deportes, las mismas copas y las mismas afinidades. A este tipo de actividades se le suele denominar espíritu de empresa. Si algún individuo resulta sospechoso de no poseer el suficiente espíritu, entonces cae en desgracia, misteriosa situación que consiste en que el sujeto afectado se convierte en un ser invisible: los demás no le ven, no le oyen y no le hablan, como si el tipo estuviera rodeado de una cámara de aire fétido. Eso sí, si alguien asciende, todos corren a felicitarle: "Hombre, enhorabuena, te ha costado mucho pero al fin lo has conseguido... ¿Y por qué te han puesto en este despacho tan pequeño? Tu antecesor tenía dos ventanas...". Es una institución curiosa, sí, la gran familia de la moderna empresa.

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