Tribuna:

Cielo

Me gusta que el papa Wojtyla sea reaccionano. Me parece muy bien que nuestros obispos excomulguen a cuantos practican el aborto. Encuentro lógico que el divorcio esté rigurosamente prohibido por el Derecho Canónico y que la mínima lascivia entre cónyuges católicos merezca los honores del fuego eterno. Me fascina el dios de la ira, el celoso Jehová de las batallas victoriosas y de los castigos fulminantes que exige ser ensalzado en latín macarrónico por sacerdotes inmersos en una nube de incienso en cuyo interior brillan los brocados incandescentes de las sagradas vestiduras. Después de algunos...

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Me gusta que el papa Wojtyla sea reaccionano. Me parece muy bien que nuestros obispos excomulguen a cuantos practican el aborto. Encuentro lógico que el divorcio esté rigurosamente prohibido por el Derecho Canónico y que la mínima lascivia entre cónyuges católicos merezca los honores del fuego eterno. Me fascina el dios de la ira, el celoso Jehová de las batallas victoriosas y de los castigos fulminantes que exige ser ensalzado en latín macarrónico por sacerdotes inmersos en una nube de incienso en cuyo interior brillan los brocados incandescentes de las sagradas vestiduras. Después de algunos años ¡de veleidad, las cosas vuelven a su sitio. El cielo es ya un lujo fuera del alcance de la clase media. Está reservado sólo para magnates tecnocráticos y mendigos de semáforo, que: son los modernos sucesores de aquellos príncipes que purgaban sus culpas erigiendo templos o de aquellos pordioseros que exhibían las pústulas en los atrios pidiendo clemencia. También el infierno ha abierto de nuevo los altos hornos a pleno rendimiento para que se asen allí los de siempre. Así debe ser. Ahora sólo falta la peste bubónica.La Iglesia católica era un círculo sujeto a unas normas estrictas de admisión. Allí dentro el dogma tenía la dureza y el fulgor del diamante, y la moral gobernaba hasta el pliegue más recóndito de los intestinos. Pero en los últimos tiempos la Iglesia, tentada por la modernidad, había abierto la mano y entonces un tropel de socios extraños invadió el santo recinto. Obreros de la construcción, intelectuales enamorados de Isaías, comunistas evangélicos, progresistas con guitarra y curas con jersei de cuello de cisne Negaron con una aspiración procaz: trataban de ser felices en la tierra en medio del relajo y encima pretendían ir al cielo. En realidad lo querían todo: los placeres de la carne y las delicias del paraíso, la lucha de clases y el amor fraterno, el divorcio, el aborto y comprar pasteles después de misa de doce. Por fortuna el escándalo ha terminado. Según el nuevo reglamento, al cielo sólo irán los, santos que cumplan meticulosamente con la ley. A los infieles, antes de caer en el infierno, se nos permite gozar un poco de la vida. Hay que aprovecharse.

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