Tribuna:

Calzones

La inveterada costumbre que tiene el hombre de proteger sus partes íntimas del roce de la lana o el lino corre hoy el peligro de una doble amenaza. En Nueva York y otros centros aún más disolutos se prescinde, me dicen, del calzoncillo, sin más, limpiamente; pero desde las capitales de la moda occidental, Milán y Orense sobre todo, se nos manda mudar a una prenda de tela larga y estampada, serigrafiada a veces o firmada, desterrando al desván la delicada y cómoda prenda de punto elástico en blanco.El arquitecto vienés Adolf Loos, que en la misma ciudad y al mismo tiempo que Freud...

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La inveterada costumbre que tiene el hombre de proteger sus partes íntimas del roce de la lana o el lino corre hoy el peligro de una doble amenaza. En Nueva York y otros centros aún más disolutos se prescinde, me dicen, del calzoncillo, sin más, limpiamente; pero desde las capitales de la moda occidental, Milán y Orense sobre todo, se nos manda mudar a una prenda de tela larga y estampada, serigrafiada a veces o firmada, desterrando al desván la delicada y cómoda prenda de punto elástico en blanco.El arquitecto vienés Adolf Loos, que en la misma ciudad y al mismo tiempo que Freud limpiaba las conciencias trató de adecentar los envoltorios, también se preocupaba de la ropa interior. Hombre moderno y de ideas salutíferamente funcionales, Loos veía un atraso de 50 años en el hecho de qué sus compatriotas, homologables a los restantes europeos de traje para afuera, permaneciesen apegados en su interioridad al calzón largo de tela, que el arquitecto llama con gracia traje musical de los austriacos. El punto, para Loos, era norma de uniformidad intercontinental y también garantía de vida deportiva y elasticidad en los movimientos.

Los reparos que expongo ante la nueva línea de calzoncillos de fantasía que han lanzado esta temporada nuestros más distinguidos modistas no se basan en el deporte ni en la higiene. Hablo más bien de hábitos. A fuer de ser modernos hemos recogido el guante de la moda, tan sibilinamente lanzado por los más intelectuales gurús del diseño textil, y nos esforzamos en seguir la línea blanda, el color negro y teja, prescindir de la plancha o adoptar las fibras naturales. Es un precio que pagamos doblemente, pero no a disgusto. Ahora bien, nunca pensé que la imaginación diseñadora calara tan hondo. Dispuesto a estudiar concienzudamente el arte combinatorio de la gabardina y el chaleco, me niego, sin embargo -y exhorto al moderno consciente de la ropa a ayudarme en la lucha-, a renunciar al incoloro y simple uniforme interior, a extender hasta el terrain vague del slip los quebraderos de cabeza de la vida elegante.

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