Tribuna:

El futuro del Partido Comunista Italiano

¿Sufrirá el PCI la misma suerte que el PCE? Una pregunta así puede parecer sin sentido. En política, la cantidad es una parte de la cualidad, aunque no del todo: y las diferencias cualitativas entre el PCE y el PCI se inscriben precisamente en sus diferencias cuantitativas. El 30% del electorado garantiza un espesor social que protege de los propios errores de dirección política. Un cuerpo social tan amplio presupone motivaciones arraigadas y profundas que van más allá del propio ámbito de las opciones de los órganos dirigentes.Se entra en el PCI no por esta o aquella política, sino por tr...

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¿Sufrirá el PCI la misma suerte que el PCE? Una pregunta así puede parecer sin sentido. En política, la cantidad es una parte de la cualidad, aunque no del todo: y las diferencias cualitativas entre el PCE y el PCI se inscriben precisamente en sus diferencias cuantitativas. El 30% del electorado garantiza un espesor social que protege de los propios errores de dirección política. Un cuerpo social tan amplio presupone motivaciones arraigadas y profundas que van más allá del propio ámbito de las opciones de los órganos dirigentes.Se entra en el PCI no por esta o aquella política, sino por tradición, por identidad, por tripas. El PCI es en Italia una iglesia alternativa. El tipo de adhesión que recibe el partido es parecido al que se da a la Iglesia: no depende de la cualidad de las personas. El secretario comunista es en realidad una figura infalible e indefectible como el Papa: por lo geneal, un secretario del PCI deja de serlo cuando se muere. Sólo Longo, el más laico de los dirigentes comunistas preparó su sucesión. Pero ésta tomó la forma de una designación desde lo alto, casi de una adopción. El PCI no es un fenómeno de mera política, sino que posee una dimensión paraeclesiástica, lo que garantiza, en política, su primaria garantía de supervivencia. La anomalía política italiana consiste en el hecho de que Italia, el pueblo italiano, que en realidad no se ha convertido aún en nación, es gobernado sólidamente por dos iglesias.

Sin embargo, gobernado no es palabra adecuada. Ambas iglesias, como todas las iglesias, no producen realmente política. Lo que producen es sacralidad y consenso, pero no ofrecen dirección. Por esto, Italia, como Estado, es decir, como hecho político, ha sido construida por las minorías políticas: por los liberales y republicanos en el risorgimento, por los fascistas después de la I Guerra Mundial. Luego llegó el tiempo del pueblo y de la democracia. Y, finalmente, apareció la Italia del pueblo: o sea, las dos iglesias paralelas.

En Italia, los partidos laicos han sido, incluso en tiempos de las dos iglesias, la sal de la política. Todo el movimiento de la política italiana de la posguerra no es producto de las dos iglesias, sino de las fuerzas intermedias. Primero fueron los liberales, republicanos y socialdemócratas. Hoy, socialistas y republicanos: Craxi gobierna porque en la actualidad, en Italia, ya no es suficiente el consenso de lo sagrado que fundamenta la democracia: ahora hace falta la dinámica de la política que permite gobernar esa democracia. La pregunta que me hice al comienzo del artículo parece irreverente: un partido-iglesia como el PCI, ¿puede entrar en una crisis semejante a la que sufre el PCE?

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En principio, la respuesta es que no. Italia y España son tan parecidas en la lengua como diferentes en un aspecto fundamental. En España abundan las nacionalidades, y la Iglesia, en los reinos españoles, ha estado subordinada al Estado. Italia es el país de las cien ciudades, sin ninguna nacionalidad, y con una sola Iglesia. La novedad es la dualidad de las iglesias. Pero la Iglesia y el PCI parecen hacer suyo el mito del andrógino: son dos mitades que tienden a recomponerse. Togliatti y Berlinguer vivieron dominados por el deseo de la recomposición.

Pero también las Iglesias tienen una historia. Y la historia de la Iglesia católica en Italia y la del partido comunista son paralelas. También en las Iglesias pueden darse novedades. Un Papa polaco en la Iglesia italiana es una novedad insostenible, pues tiende a sustituir con la noción polaca de conflicto y de contrapoder social a la noción italiana caracterizada por la diversidad y el compromiso. Lo que modifica a la Iglesia, en Italia, y quizá no sólo en Italia. Y ha modificado ya a la Democracia Cristiana. De Mitta llegó a decir durante las elecciones lo que De Gaspari o Moro no habrían dicho nunca: votar por la DC es votar por Dios. Y esto, sin duda, está destinado a crear en la Iglesia italiana un fenómeno nuevo: el conflicto interno.

En Loreto, los obispos opusieron al Papa, que los invitaba a convertirse en un poder social -a ellos, amigos de la DC y de los concordatos-, un muro de silencio. ¿Por cuánto tiempo continuará este silencio? ¿Se puede seguir hablando como si el Papa no hubiese hablado? Se está produciendo un cambio en la Iglesia italiana: por primera vez, aparece la inevitabilidad de la diferencia. En la otra Iglesia., la comunista, el problema se plantea de la misma manera. En ella se constatan corrientes. Y de aquí surge la pregunta que hicimos al princpio. Lo que le ocurre al PCE, in córpore vili, parece reproducirse en el PCI, in córpore sacro.

A grandes rasgos, tenemos a los ingraoanos (los encabezados por Pietro Ingrao), que podrían compararse a los renovadores: paz y ecología son sus problemas dominantes. Están los eurocomunistas, que conservan la idea del centralismo democrático en un partido que acepta la democracia parlamentaria occidental y la alternancia del poder: en Italia son los berlinguerianos ortodoxos, no muy diferentes en esto a los carrillistas hispanos. Existe un ala prosoviétíca, pero ésta

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El futuro del Partido Comunista Italiano

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