Tribuna:

Madres

Durante siglos han tenido muy mala reputación los animales. Entre el mundo civilizado y el horror discurre una delgada frontera donde ya se husmea el aliento de las fieras. Entre la estampa del ser humano y el espejo fluye siempre la inminencia de un monstruo. Toda la cosmética del cuerpo y del alma ha ido detrás de contener a ese animal que se distiende desde el centro hasta los bordes del amor. Rehusar a esa bestia empotrada ha sido el empeño de la cultura. La amplia operación de pastorear, construir establos, acotar zoos o tener animales en el piso, ha demostrado que a estos seres, sin alej...

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Durante siglos han tenido muy mala reputación los animales. Entre el mundo civilizado y el horror discurre una delgada frontera donde ya se husmea el aliento de las fieras. Entre la estampa del ser humano y el espejo fluye siempre la inminencia de un monstruo. Toda la cosmética del cuerpo y del alma ha ido detrás de contener a ese animal que se distiende desde el centro hasta los bordes del amor. Rehusar a esa bestia empotrada ha sido el empeño de la cultura. La amplia operación de pastorear, construir establos, acotar zoos o tener animales en el piso, ha demostrado que a estos seres, sin alejarlos, se les puede sacar de la conciencia. Y una prueba segura es la de poder darles de comer sin meternos la mano en la boca. Definitivamente, una cosa son hoy los animales y otra es el hombre. Dos especies sobre las que nadie duda en cuanto a su definición y menos aun respecto a su jerarquía. La única excepción es la madre.Resistente, inmaquillable, bestial, la madre humana es la mayor traición a la cultura de la especie. No es de extrañar que la ciencia esté pugnando hasta hallar las formas más indirectas de procreación. La madre es un persistente pavor en el reino de la cultura. Se le descompone el cuerpo como a un mamífero cualquiera y vive a su cría con la extremosidad de los perros. Los científicos, hombres padres, se afanan en una completa gestación in vitro movidos por el deseo último de apartar de sí la vista de esta insufrible monstruosidad.

Una convención portátil celebra ahora el día de la madre. Todas las fiestas son un homenaje y un exorcismo a la vez. Bastaría referirse a ese festejo que se hace sobre los aniversarios de las guerras. La madre, no esa señora que sirve a los niños Cola-cao en el desayuno, sino esa otra de la panza abultada y el paso abierto, es desde todos los puntos un animal. Un pariente, una amiga o una esposa que se ha pasado desde esta especie cultura¡ a la otra especie. Ni siquiera dará resultado esforzarse por tratarla de¡ mismo modo que antes. Una madre es, por excelencia, el intruso animal con quien clamorosamente convivimos. Ama como las fieras, tiene la ternura de los fluidos, da de comer de su cuerpo. Su misma pervivencia es un escándalo.

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