Tribuna:

Narciso va a la guerra

Cierto día, Narciso oyó que alguien decía, hablando de otro: "Ese chico está ya en edad militar". Y entonces adquirió abrumadora conciencia de que su edad, además de rutilante, desconcertada, incansablemente abierta, sin niebla y sin rubor, era a todos los efectos militar. Lo cual no dejó de preocuparle un tanto. Cualquier perspectiva de su edad le parecía más tolerable que ésa, más ajustada también a su poco uniformable condición. Ni en su más remota -y aún tan próxima, a fuer de objetivos- infancia había apetecido la gloria guerrera. Y eso que los niños suelen ser de corazón so...

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Cierto día, Narciso oyó que alguien decía, hablando de otro: "Ese chico está ya en edad militar". Y entonces adquirió abrumadora conciencia de que su edad, además de rutilante, desconcertada, incansablemente abierta, sin niebla y sin rubor, era a todos los efectos militar. Lo cual no dejó de preocuparle un tanto. Cualquier perspectiva de su edad le parecía más tolerable que ésa, más ajustada también a su poco uniformable condición. Ni en su más remota -y aún tan próxima, a fuer de objetivos- infancia había apetecido la gloria guerrera. Y eso que los niños suelen ser de corazón soldados, aunque nunca soldados, sino capitanes, generales y siempre victoriosos; cuando se convencen de la posibilidad efectiva de la derrota, aprenden a pactar. Narciso niño no quería ser el Capitán Trueno, ni el Corsario Negro, ni Tarzán, sino que se soñaba Goofy, el desgarbado y bondadoso cómplice de Mickey Mouse. Algo después, su ideal heroico se desplazó hacia John Lennon, y con morbo lacrimoso se gratificaba en la intimidad con representaciones de su inmolación ejemplar; en un registro toto coelo diferente, el tronío sabiamente canalla de Bibí Andersen también le merecía admirativa veneración. Pero los altares de su museo privado carecían de sables y bayonetas. Y hete aquí que de pronto advertía que su edad era irremediablemente militar.En la sala de billares, taco en ristre ante el tapete verde sembrado de calaveritas raudas, Narciso le cuenta a Jacinto sus cuitas mientras Peonía intenta resolver los enigmas de un crucigrama de actualidad cultural.

-Oye, Jacinto, que estoy en edad militar.

-No creas que no lo he notado. Pero te perdono.

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-Lo malo es que voy a tenerme que ir cualquier día a la mili.

-No te preocupes, los hay que han vuelto. Aunque la verdad es que última mente cada vez menos. Por lo demás, el corte de pelo tiene que sentarte estupendamente.

Como Jacinto -ustedes ya lo sospechan- ama los bucles indisciplinados de Narciso más que el aire contaminado que respira o el agua clorada que bebe, esta declaración, formulada en tono trivial, encierra atisbos de grandeza trágica. Peonía interrumpe de pronto pidiendo ayuda:

-A ver qué puede ser esto: "Diario provinciano madrileño. Dícese también del tránsito sin escalas de la infamia al ridículo, con esporádicos retornos al origen". Tres letras. ¿BBC?. ¿COE? ¿TBO?

-Quizá DDT.

-Más bien RIP.

-¿Pero no os dais cuenta? -gime ofendido Narciso- Yo no quiero ir a la mili ni loco. -Loco estarías si quisieras ir -sentencia tranquilamente Jacinto, mientras busca la carambola- Pero nadie te va a preguntar si quieres o no. Es cuestión de cumplir con la guerra, nuestra madre, según dijo Ernst Jünger. -¡Pues me cago en la madre de ese Jünger! ¡Que vaya a la mili él! -Ya fue, y pese a unas cuantas heridas, parece que no lo pasó del todo mal. Mira, tómatelo con calma. ¿Por qué no vas leyendo, para prepararte, El troquel, de T. E. Lawrence?

Jacinto suspiró con falsa paciencia.

-No, nada tan personal. La guerra arranca al individuo de su particularidad egoísta y le devuelve a su verdad universal, a saber: la ciudadanía y la muerte.

-La guerra, la guerra... Yo no estoy hablando de irme a la guerra, sino de hacer la mili.

-Lo uno lleva a lo otro. La mili forma parte de la guerra como los ejercicios espirituales forman parte del juicio final. En el fondo, para lo único que sirve la mili, en la que no vas a aprender nada útil ni siquiera en el plano bélico, es para darte la confirmación con los sacramentos guerreros. Hay que hacer la mili para que cada ciudadano se convenza de que la guerra está ahí y acate su obligación de sufrirla o ejercerla cuando le manden. Queda Narciso pensativo, mientras aplica distraídamente tiza azul al ariete de su taco. Luego se anima un poco y adopta una actitud coquetamente comprometida, como un mártir cuya resolución estuviera alimentada en secreto por el propósito de seducir a los leones.

-¿Sabéis lo que estoy pensando? Que me voy a declarar objetor de conciencia.

-Me parece muy bien -comentó Jacinto, sin la menor alarma en la voz- Y ¿puede saberse qué motivos alegarás?

-Pues motivos... religiosos

Si te preguntan qué religión es la tuya, contéstales que una muy sencilla, con un solo mandamiento: No desfilar en vano. Lo malo es que, tal como están las cosas, con la ley de Objeción de Conciencia que nos han enjaretado, vas a terminar haciendo más mili que nadie, aunque no te sirvan de uniforme ni toques un cetme.

-¿Tú crees? -Claro. La mili no consiste en tal o cual ritual estéril, ya te lo he dicho, sino en tener que estar pendiente del arbitrio militar durante año y medio de una vida nunca demasiado larga. Me temo que de eso no vas a librarte, sino que quizá lo padezcas de modo aún más intenso que tus compañeros de quinta. Pero por lo menos tus principios quedarán a salvo. Narciso no oculta su inquietud.

-Oye, que no se trata de principios ni cosa que les valga. Lo que no quiero es ir a la mili. Si me van a tener más puteado que a los demás y durante más tiempo, bonito negocio voy a hacer. Además -añade, en un arrebato de compungida sinceridad-, al final no creo que me atreva. Eso de la objeción debe ser mucho follón, y yo me conozco y sé que me enrollaré fatal- ¡Qué desesperación! Ganas me dan de echarme a llorar, te lo juro. El atrabiliario Jacinto se derrite por dentro, pero disimula y se va por los cerros de la teoría, que es lo que suele hacer siempre que está conmovido.

-Me temo que la única solución sería que toda la sociedad presentara una objeción de conciencia contra la guerra y sus sicarios. Una objeción a la vez religiosa, filosófica, política, jurídica... pero sobre todo estética. Todo lo que la guerra tenía que hacer por la belleza ya lo ha hecho, de Homero a Tolstoi. Ahora sólo queda inventarse una belleza antimilitar, para no pactar con la repetición macabra y el fraude cibernético.

-¿Y cuándo va a ser eso? -protestó el más joven con dolorosa urgencia- Porque resulta que yo estoy en edad militar precisamente ahora. Eso de que algún día puede dejar de haber guerras y ejércitos me parece una utopía. Por cierto, Jacinto, ¿no estabas tú contra las utopías? -De la manera más enérgica. Pero, mira, un solo argumento hay a favor de las utopías de apariencia más irrealizable, y es que la organización social actual también parece una utopía; sí, una utopía de absurdo, de sufrimiento, de desigualdad, tan irracional e inverosímil. Y ya ves, sin embargo, ¡hasta esto ha podido realizarse! No es más utópico imaginar un mundo sin ejércitos ni guerras que un mundo que sobrevive aterrada pero indefinidamente a pesar de ellos.

Peonía, que está sumamente abstraída en su pasatiempo, levanta otra vez la vista para pedir ayuda.

-¿Qué creéis que podrá ser esto?: "Se la supone desaparecida, pero aún florece bajo la protección de leyes de excepción. Pronunciado gangosamente, galápago". Empieza por "tor", termina en "a" y tiene siete letras.

-Avestruz.

-No me extrañaría.

Llevado por su preocupación militar, Narciso comienza a inquietarse por la paz del mundo. Mientras se vuelca sobre la mesa taco en ristre, en un escorzo cuya perspectiva resulta a Jacinto más deliciosa que todas la que arrobaron a Paolo Uccello, da vueltas en el magín a misiles y bombas de neutrones. Hecha la jugada, prosigue su meditación en voz alta.

-Por lo visto, con eso de la OTAN nos van a llenar España de cohetes nucleares. Sin contar las bases americanas que ya tenemos. Y los rusos imagínate cómo se van a poner en cuanto se enteren. ¡Piensa en los pobres reclutas, que no tienen culpa de nada, haciendo la mili tan sufridos, y de pronto, zas, la guerra atómica!

-No te preocupes, el Gorbachov ese parece un señor estupendo. Una de esas personas que inspiran verdadera confianza. Todo el mundo está encantado con él.

-Y digo yo, ¿por qué tenemos nosotros que bailarle tanto el agua al Reagan ese?

-Pues por lo visto resulta que los expertos gubernamentales han llegado a la conclusión de que representa mejor que nadie nuestros mismos valores. Como es sabido, la mayoría de los españoles opina que Salvador Allende era aún peor que Pinochet; que los negros surafricanos son peligrosos revanchistas y está muy bien que se los reprima sin contemplaciones, caiga quien caiga; que las barbaridades del Ejército israelí en Líbano son cosas que pasan en todas las guerras y acerca de las cuales sólo hacen ruido los rojos; que Nicaragua puede invadir cualquier día Miami por puro imperialismo totalitario, por lo que cuanto antes los marines disfrazados de contras y mandados por ex somocistas la invadan en defensa propia, mejor que mejor. En cuestiones de religión, ense ñanza, aborto, feminismo, etcétera, Reagan mantiene, por lo visto, exactamente las mismas posiciones que nuestros socialistas y representa los valores eternos de la tradición occidental, crítica, europea y olé.

-Estás de coña.

-Yo no. Ellos, en todo caso. -Pero es que dicen que hay que ser realistas -acotó Narciso, al que de cuando en cuando afligía la peor forma de mimetismo, el sentido común.

-Como dijo el difunto Henri Michaux, "lo real es el resultado de la autoridad". Pero es que además resulta que incluso políticamente se equivocan de medio a medio. ¿Te acuerdas de lo que decía aquel chino, Han Feizi?

-¿Cómo me voy a acordar de un señor que ni me suena?

-Pues yo te lo puedo recitar de memoria. Han Feizi escribió en el siglo III antes de Cristo un tratado político con el adecuadísimo nombre de Los cinco piojos. Y ya entonces se le ocurrió esta amonestación para futuros Gobiernos socialistas: "Recompensar a los que cortan la cabeza del enemigo y al mismo tiempo admirar los actos de misericordia y compasión; conceder honores a los que conquistan las ciudades del enemigo y al mismo tiempo hacer caso de las doctrinas del amor universal; reforzar las armaduras y al mismo tiempo admirar los vestidos elegantes de la aristocracia; aspirar al enriquecimiento del Estado por medio de la agricultura mientras se mantiene a raya al enemigo con soldados bien preparados, y al mismo tiempo honrar al talento literario; tratar con solicitud a los que respetan a sus señores y son temerosos de las leyes y al mismo tiempo proteger a las bandas de soldados ambulantes y guerreros mercenarios; en una palabra, transigir con los comportamientos contradictorios, es buscar que el Estado no funcione con verdadero orden". De modo que ya pueden irse decidiendo por lo uno o por lo otro.

-Claro, y mientras, yo, a la mili, ¿no? Vuelve a la carga Peonía, a quien su crucigrama está dando más quebraderos de cabeza que a la policía el asesinato de Santi Brouard.

-Por favor, la última que me queda. "Gigante y cabezudo. Comparsa lacayuna".

-Nullán y Jiménez.

-A ver... pues no, aún les faltan letras.

-¿También para eso?

Suspira al fin Narciso, acabada la partida, pues ni en edad militar consigue que las penas le duren demasiado.

-¿Sabes una cosa? Que todavía me queda algo de tiempo y aún puede ocurrir algo. No sé, a lo mejor se muere mi padre y me convierto en hijo de viuda.

-Así me gusta, que nunca pierdas del todo las esperanzas -concluye paternalmente Jacinto, palmeándole el hombro con ternura equívoca.

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