lan Mac Gregor

El presidente de la Empresa Nacional del Carbón, protagonista del peor conficto laboral de la historia reciente del Reino Unido

lan Mac Gregor, el presidente de la Empresa Nacional del Carbón, es probablemente uno de los hombres más odiados, del Reino Unido. Le ha tocado protagonizar el peor conflicto laboral de la historia de este país en los últimos 50 años, la huelga de los mineros, que llevan seis meses en pie de guerra para impedirle que lleve a cabo su plan de reestructuración. El Partido Liberal ha pedido su dimisión, la Iglesia de Inglaterra se ha unido a los llamamientos para que se vaya y los laboristas le llaman "el carnicero de la señora Thatcher". Él continúa en su puesto, protegido por la primera ministra...

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lan Mac Gregor, el presidente de la Empresa Nacional del Carbón, es probablemente uno de los hombres más odiados, del Reino Unido. Le ha tocado protagonizar el peor conflicto laboral de la historia de este país en los últimos 50 años, la huelga de los mineros, que llevan seis meses en pie de guerra para impedirle que lleve a cabo su plan de reestructuración. El Partido Liberal ha pedido su dimisión, la Iglesia de Inglaterra se ha unido a los llamamientos para que se vaya y los laboristas le llaman "el carnicero de la señora Thatcher". Él continúa en su puesto, protegido por la primera ministra, y asegura que no dará su brazo a torcer: "Soy un viejo bastardo que quiere ganar".

Mac Gregor tiene 71 años, una voz suave y aspecto de abuelo tranquilo. Nació en Escocia, pero en 1941 su empresa le envió a Estados Unidos y ya novolvió hasta 40 años más tarde. Está nacionalizado norteamericanoy dicen que es un gran especialista en la siderurgia. Su padre fue un contable escocés que se esforzó por enviar a sus tres hijos a escuelas privadas y a la universidad. lan, el mayor, fue número uno de su promoción de ingeniero industrial.

En Estados Unidos, el joven escocés terminó por dirigir una de las empresas siderúrgicas más importante del mundo, Amax, y por amasar millones. Su fama de hombre duro, capaz de reestructurar la siderurgia norteamericana, cruzó el Atlántico y despertó la curiosidad de Margaret Thazher. Mac Gregor, que era ya amigo personal de Ronald Reagan, se convirtió en un asiduo del número 10 de Downing Street, residencia oficial en Londres de la primera ministra.

Fichaje millonario

En 1980, la dama de hierro, que le considera su "capitalista preferido", le pidió que regresara a Londres como, presidente de la Compañía Nacional Siderúrgica. El fichaje constituyó un escándalo porque Mac Gregor exigió un contrato parecido al de los futbolistas. El Gobierno británico se vio obligado a pagar un millón de librías (218 millones de pesetas) en concepto de traspaso a los banqueros neoyorzquinos que tenían la exclusiva sobre sus servicios.Como presidente de la siderurgia británica, Mac Gregor hizo honor a su fama. Aunque los planes de reestructuración eran anteriores a su llegada, él fue el único cc paz de llevarlos a la práctica. Su celo rentabilizador fue tal que propuso incluso cerrar el complejo de Ravenscraig, lo que le pareció excesivo hasta a la propia Thatcher.

Precedido por el mote de carnicero, Mac Gregor aceptó después presidir la Empresa Nacional del Carbón. Su nombramiento fue, claramente, un acto de fuerza de la primera ministra, que siempre ha intentado doblegar el poder del Sindicato Nacional de Mineros, controlado por un marxista radical, Arthur Scargill. Los; amigos de Mac Gregor le aconsejaron que no aceptara, pero a Big Mac le gustan los retos. Desde que hizo público su plan de cerrar 20 minas y suprimir 20.000 puestos de trabajo está en su despacho prácticamente desde las ocho de la mañana a las doce de la noche.

"Lamento decepcionar a quienes esperan que me dé un ataque al corazón. Mi madre vivió más de 90 años y mi padre más de 80", afirma el empresario. Sin embargo, sus famosos nervios de acero han empezado a fallar. Hasta ahora, Mac Gregor había evitado el insulto y el enfrentamiento personal con Scargill. En las últimas semanas se ha lanzado al ruedo acusándole de mentir "como un bellaco", algo muy infrecuente en las formales relaciones británicas.

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