Crítica:VISTO / OÍDO

El inglés sin esfuerzo

La retransmisión en TVE de los Juegos de la Olimpiada ha servido para comprobar dos cosas: la extendida presencia de la lengua inglesa en los medios de difusión españoles y la astuta aproximación a la misma de los enviados de Televisión Española.En el mundo hay más de dos millares de lenguas perfectamente diferenciadas, y la inmensa mayoría de los 4.500 millones de habitantes del planeta somos analfabetos en todas ellas excepto a lo sumo en tres o cuatro, por lo que la ignorancia frontal del inglés no sería en ningún caso una descalificación para los enviados de TVE. Lo meritorio, sin embargo,...

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La retransmisión en TVE de los Juegos de la Olimpiada ha servido para comprobar dos cosas: la extendida presencia de la lengua inglesa en los medios de difusión españoles y la astuta aproximación a la misma de los enviados de Televisión Española.En el mundo hay más de dos millares de lenguas perfectamente diferenciadas, y la inmensa mayoría de los 4.500 millones de habitantes del planeta somos analfabetos en todas ellas excepto a lo sumo en tres o cuatro, por lo que la ignorancia frontal del inglés no sería en ningún caso una descalificación para los enviados de TVE. Lo meritorio, sin embargo, es comprobar cómo, debido a la intensa escolarización cinematográfica, discográfica y turística, un número creciente de españoles, y entre ellos los enviados de Televisión Española, están a punto de saber inglés.

Es cierto que no se trata de un inglés académico, sino de una vulgata de la lengua, transmitida, probablemente, de padres a hijos, de oreja a oreja, de cine fórum, de barra de bar, de audición de reggae, de Torrejón de Ardoz o de las Ramblas de Barcelona. Mucho más mérito, por tanto. Tal es la fuerza de contagio de esta escuela peripatética de lenguas modernas, que nuestros enviados realmente especiales a los Juegos, armados de unas pocas pero sólidas reglas sobre las caprichosas combinaciones fonéticas del inglés -todo eso de que una e y una a juntas salen por i y las íes tienen la obligación de sonar ai-, aplican generosamente esos conocimientos a los nombres de cualquier otro competidor de nacionalidad afín a ingleses o norteamericanos, como pueden ser los alemanes, los escandinavos o los holandeses.

De semejante beneficio sólo quedan excluidos italianos y franceses, porque ésos ya son como de casa y no hay que gastar tantos cumplidos. En otros tiempos se hacían campañas para que los españoles no abdicáramos de nuestra recia idiosincrasia afectando pronunciaciones anómalas que, incluso, podían hacernos reo de aparente afeminamiento y, en cualquier caso, de impropio extranjerismo.

Muy sonoramente nos felicitábamos de que el español fuera la única lengua conocida que tuviera la genial peculiaridad de pronunciarse como se escribe. ¡Y luego dirán que los españoles no tenemos sentido práctico!

Descubrir la w

Todo ese acervo cultural, con su pizca de orgullo quizá desmedido, quedó barrido por el plan de desarrollo. A partir de los años sesenta el inglés entró en nuestras vidas y el día en que descubrimos que la w no es temible, siempre que se sepa que es una gu exótica, las cosas cambiaron irremediablemente para nosotros. Así es como hemos llegado a tener unos enviados especiales en Los Ángeles que dominan tan bien una versión analógica del inglés, hasta el punto de que, no perdiendo aquella nada de su mismidad anglosajona, se hace de tan cómodo aprendizaje para los españoles.

En otros países, en otras televisiones, donde el conocimiento de las lenguas extranjeras no está tan difundido como en España, no queda más remedio a ciertos profesionales que aprender de memoria la correcta pronunciación de nuestros nombres.

Así, en la BBC británica se equivocan la primera vez diciendo Balesteros, pero alguien les llama al orden y en el boletín de noticias de la hora siguiente el nombre del santanderino sale pronunciado impecablemente. De la misma forma, los voceros norteamericanos de la piscina McDonald's de Los Ángeles no yerran ni un solo apelativo en español.

Pero todo eso tiene poco valor porque son solamente cuatro especialistas que con su conducta ponen en evidencia a todos sus compatriotas, que no tienen como nosotros esa facilidad para la analogía, de forma que con unos cuantos principios generales podemos pronunciar todo lo que se nos venga encima.

Es probable que unos nadadores y, nadadoras llamados Buchanan, Hardcastle, Cohen, Lineham, Heath, Croft y Michael Gross no supieran apreciar el esfuerzo de nuestros enviados especiales y pensarán al escuchar sus nombres en TVE que así es como se pronuncian en español sus apellidos.

Eso les pasaría por no saber lenguas como nosotros. Ni siquiera, por lo visto, la suya propia.

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