Tribuna:

Tertulias

No es fácil recordar una cosa así. Con mayor o menor acierto los intelectuales y artistas españoles (filósofos, novelistas, cineastas, pintores, arquitectos, periodistas) parecían hasta hace unos años dedicados a sus tareas, abiertas o escondidas. Era precisamente de esa ocupación de la que había que deducir su situación. Envanecidos o no, abotargados o buidos, lo cierto es que daban la sensación de estar afanados. Algunos estaban incluso afanados en una misión testimonial, encima.Lo que ocurre ahora es algo distinto. Tiene el aspecto de una carnicería, una agitada devastación. Como si los int...

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No es fácil recordar una cosa así. Con mayor o menor acierto los intelectuales y artistas españoles (filósofos, novelistas, cineastas, pintores, arquitectos, periodistas) parecían hasta hace unos años dedicados a sus tareas, abiertas o escondidas. Era precisamente de esa ocupación de la que había que deducir su situación. Envanecidos o no, abotargados o buidos, lo cierto es que daban la sensación de estar afanados. Algunos estaban incluso afanados en una misión testimonial, encima.Lo que ocurre ahora es algo distinto. Tiene el aspecto de una carnicería, una agitada devastación. Como si los intelectuales españoles hubieran perdido su objeto antes de satisfacer el hambre o, mejor, como si faltos de objetos comestibles tuvieran que seguir sobreviviendo, unos a otros se buscan como pitanza y se devoran sin freno. Es espectacular de cuántos modos se puede orientar una conversación para la matanza y troceado del otro. De cuántas sutiles maneras se inicia la primera incisión en el entresijo y cómo se guía el instinto hacia las partes más blandas y sabrosas de la víctima. Poco importa la escritura, los cuadros o el rodaje, si se compara con este suculento festín. Es un ahogo de placer, un deleite superior que ningún otro pecado puede lograr, y mediante el cual nunca el que suscita esta oportunidad quedará desasistido y solo. Todos han descubierto ya que si la creación proporciona algún placer, nada es más turbador que la destrucción.

Amigos filósofos, compañeros periodistas, socios del cine. El ausente pasa en los corros a ser un codiciado manjar que exhalará sus fragancias al ser desollado. Es, pues, necesario desgarrar a toda costa y mediante cualquier combinación de complicidad. La meta decisiva es experimentar esa voluptuosa saciedad. Y, ya cumplida, ver trasformado lo que parecía insigne en un detritus, a la misma envidia trasmutada en un antiguo y trivial espasmo del intestino. He aquí,el trajín central de la intelectualidad española, el núcleo de la tertulia. Nunca se escucharon tanItas risotadas y se produjeron tantos gozos viscerales como en medio de esta erosión cultural donde el cadáver del colega yace convertido en golosina.

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